Es media tarde y ya ha
oscurecido. Diciembre en la meseta. El cielo es una nube. Negra. Amenazante.
Satisfecha. Del monte baja el viento sin prisas, seguro, sabiendo que dominará
la ciudad. El Señor.
Dentro, el color de Palencia es
otoño y las aceras están sembradas de hojas muertas. O sea, futuro. El Carrión
se queja en Puentecillas, llora bajo el Puente Mayor y se desmorona tras el
parque Dos Aguas abandonando la ciudad en busca del Pisuerga. Llueve, más
Carrión que viene.
Se apagan los comercios y La
Aguadora se baja del pedestal, hace un guiño a La Gorda y le pregunta qué tal
ha ido el día. La Calle Mayor está vestida para fiesta pero nadie lo sabe.
Vaciedad. Soledad. Frialdad. Se oye diciembre, se oye invierno. Resuena el
silencio en los Cuatro Cantones para algún despistado que sale todavía del
último garito donde ha engañado a su mala vida con unas copas de alcohol
barato. Sabe que le han timado pero mientras tanto ha sido feliz.
El aire es humedad. Luce el
asfalto y refleja tanto brillo como ha colocado el ayuntamiento estos días. Con
tanto brillo como ha colocado el ayuntamiento uno no sabe si es navidad o las
fiestas del pueblo. El motivo da igual, el caso es que sea fiesta y corra el
dinero. Descreídos. Abandonados. El aire es humedad y llueve.
Amanece. La Castañera retoma su
puesto ante este periódico y suspira pensando en la última vez que alguien le
compró castañas. Barcelona cobija a sus hijos desterrados de este valle de
lágrimas. Dispuestos a votar por la independencia de quien les prometa un
puesto de trabajo.
Abren despachos y comercios y
Palencia toma el nuevo día por las solapas del amanecer. Ni desazón ni crisis.
Emprendedores decididos a defender lo suyo. Llegan trenes y autobuses, Palencia
viene a Palencia. A trabajar, a comerciar. El sol, ayer apático, vence hoy la
negrura y deja monedas de calor en el cestillo de los profesionales de las
puertas de las iglesias. Los autobuses acarrean empleados, trabajadores y
empresarios dispuestos a enseñarle los dientes a quienes dudan de la buena masa
de estas gentes. Santa Teresa dixit. Cesa la lluvia y abren nuevos comercios,
el viento revoluciona alguna falda juvenil y los Cuatro Cantones callan su
charla y se guiñan ojos de picardía.
Va a ser media tarde y va a
oscurecer, diciembre, meseta, pero el Salón se llenará de chiguitos que se
encargarán del futuro. Se enfrentará a nosotros. O a nuestras mujeres, si hemos
salido de campaña.
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