Palencia es una emoción:

18 enero 2014

Calle Mayor

Las columnas de los soportales, hieráticas y firmes, alineadas a lo largo de toda la calle, saludan marcialmente un sábado tan soleado que parece impropio de enero. Palencia popular fluye por la calle mayor en busca de su razón de ser. El sol, que ha llegado inesperadamente, ocupa de peatones perezosos toda la calzada, ciudadanos ociosos que prefieren tomarse el tiempo con serenidad dejándose templar por las horas del mediodía.

Ha llovido durante los últimos días como antes de que se empezase a hablar del calentamiento global y la imprevista luminosidad de hoy abre sonrisas en los rostros sin que importe el final de la navidad y el inicio del tiempo ordinario. El sol reverbera en los escaparates que muestran al exterior la mejor cara del comercio. De extremo a extremo la veterana calle mayor se llena de holas y adioses, de grupos que se paran y se saludan gozando de vivir en una ciudad en la que se conocen todos, de amigos que se felicitan el año. Bolsas que antes contuvieron regalos extraordinarios cargan ahora la vida ordinaria esperando en el suelo a que la conversación finalice y se reanude su viaje a la despensa o al armario.

Desde los Cuatro Cantones Palencia se regodea en sí misma y mira satisfecha su reflejo en las banderas de la Diputación, ayer alicaídas por el hielo o la lluvia y hoy erguidas por el vientecillo cálido que las reconforta. Desde ese punto el observador contempla dos referencias de la ciudad: La Compañía y la Diputación, a uno y otro lado, religión y política frente por frente, mientras el comercio vivaz discurre incesante trayendo vida, riqueza y progreso.

Baten sin cesar las puertas de los bares y de ellas se escapan voces alegres y satisfechas que celebran el fin de semana. Aperitivos ingeniosos hacen de eficaz gancho y la clientela se agolpa en las barras, pequeños bocados caseros sirven de cuna para vinos castellanos o brebajes foráneos con los que entretener la sociabilidad hasta la hora de comer. El corazón de Palencia late con ritmo extenuante al final de la mañana.


Después, agotada de tanto ajetreo, la calle mayor se vacía y duerme un sereno letargo mientras se estiran los minutos hacia lo eterno y una trasparente sonoridad trasmite las tranquilas pisadas de un transeúnte solitario. El aire parece más fino y sonoro, la luz alcanza su máximo brillo y de pronto, sin ningún indicio previo, estalla la hora del café. Todo vuelve a empezar, la calle mayor se incorpora y activa toda la ciudad; vuelven los paseos, vuelven los peatones y las compras, vuelven las columnas de los soportales a saludar marcialmente  rindiendo homenaje a un sábado tan soleado que parece impropio de enero.

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