Soy testigo de cómo ha cambiado
la sociedad desde la muerte de Franco, tanto en las relaciones personales,
sociales o laborales como en las relaciones con el poder. Y con la policía, símbolo
siempre del poder.
Hubo un tiempo en que la policía
era solo vilipendiada por los rufianes que para subsistir debían alejarse de
ella, pero en el año 78 y siguientes confundimos democracia con anarquía, se
difundió la idea de que Libertad era hacer lo que nos diese la gana y que por
tanto la policía era un estorbo. Y empezó un inexplicable deterioro de la
imagen de la policía, de todo lo que fuese autoridad, y al mismo tiempo surgió
de lo más ruin, mezquino y mentalmente indocumentado de la sociedad un
menosprecio a la policía en cualquiera de sus tipos, de la local a la nacional
o la guardia civil.
Cualquier mendrugo con ojos se
creía en el derecho de replicar, desobedecer y faltar al respeto a la policía, lo
que era una forma de replicar, desobedecer y faltar al respeto a la autoridad. Pa’chulos,
nosotros. Creímos que ya que todos teníamos los mismos derechos todos éramos
iguales, desde el catedrático más excelso al borriquero más sanchopancesco. Ni autoridad
moral, social, civil, militar, académica ni… Todos éramos iguales, nos dijeron.
Y los más analfabetos se creyeron que eso significaba acabar con la autoridad y
con la policía.
Incluso hay un vicepresidente del
gobierno que se siente orgulloso, o al menos se sentía y nunca se ha desdicho, cuando
algún zarrapastroso golpeaba a las fuerzas del orden. Cualquiera que se hubiera
parado a pensar le habría preguntado si eso valía para todas las fuerzas del
orden o solo para la policía de las democracias, si también se enorgullecía
cuando alguien pegaba a la policía de la URSS, creo que ahora se llama de otra
forma pero no hay mucha diferencia, a la policía de Cuba o de Venezuela,
paraísos de justicia y libertad soñados por este individuo vicepresidencial.
En ese deterioro ha llegado el
coronavirus y nos ha puesto a todos firmes; nunca policías de cualquier
uniforme tuvieron tanto respaldo popular como en la actualidad, su papel de hacer
frente a los incívicos se ha reforzado y numerosos vídeos, hoy todos vamos con
una cámara en el bolsillo, nos muestran cómo, en medio del regocijo popular y
vecinal, se empeñan en frenar a tanto viandante asilvestrado como pulula por
nuestras calles.
El daño a su imagen hecho durante
años proporciona que cualquier infecto gusano, bruto, inculto, incivil,
silvestre, bronco y cerril quiera hacer frente a profesionales perfectamente
preparados para dar dos mandobles al que se resista o para acompañar tiernamente
a un anciano con la bolsa de la compra. Son nuestros servidores, los saben y
están orgullosos. El pueblo llano y sufridor de la incompetencia de nuestros
gobernantes debe recuperar el aprecio que nunca debió perder por quienes hacen
de la ayuda y del cumplimiento de la ley su razón profesional.
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