Sólo hace un puñado de días que
el aula se quedó vacía. Hierática, estática y un tanto enfática, espera
revestida de solemnidad que pase el verano. Desvitalizada, carente del ajetreo
que días atrás ofrecía parece un objeto de museo, un espécimen al que analizar
bajo el microscopio para averiguar por dónde deambulará el problemático futuro
de las nuevas generaciones.
De la pared cuelgan, ahora
inútiles, perchas holgazanas que esperan el otoño cruzadas de brazos. Las
sillas, estacionadas bajo las mesas, parecen sin embargo aguardar el instante
adecuado para girar y hablarse, para correr y esconderse para mirarse y
reírse…, para vivir. Para revivir.
En contraste con la vitalidad que
explotaba en ella hace unos días el profundo sosiego actual es desmoralizador.
Nada pasa, nada se mueve. La energía parece haber sido barrida, la vaciedad lo
llena todo. Sólo desde el exterior llega algún signo de vida, un discreto coche
cruza un poco más allá o una cigüeña pomposa marca con su pico la sucesión del
tiempo desde la románica seguridad de un cimborrio.
Sólo al fondo, en alto sobre la
pared de enfrente, el riguroso tictac del reloj no se toma vacaciones y
desmiente el final de los días, contrastando con casilleros, cajones y armarios
ociosos... Inmutables los objetos, el tiempo se adueña del espacio y parece
exhibirse implacable y vacuo, enseñoreándose de la mañana, desfilando por ella
con estudiada lentitud. El eco de los minutos, y diez, y once, y doce,… resuena
una tras otra por las cuatro esquinas de la clase. Lápices perdidos, viejos
carteles trabajados con esmero y un chándal que nadie reclama son pruebas de
que no hace tanto tiempo la vida existió y esos asientos ahora inútiles
estuvieron ocupados por fondillos inquietos cuyos dueños andarán ahora
aposentados en el sofá de casa, quizá corriendo con la bici o simplemente
esperando que sea la hora de ir a la piscina.
Nada. Nadie. Cine sin
espectadores, bosque sin ciervos, aula sin niños. El silencio apretujado en el
aula ociosa pone en duda el hervidero de voces que hace sólo unas pocas horas
amenazaba con derribar las murallas de Jericó bajo el asedio de implacables
hordas infantiles. El aula calla hasta septiembre aguardando en solemne
posición de firmes que carreras, voces y risas den la salida a un nuevo curso.
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