El fiscal pide un año de cárcel a
un padre de Zaragoza por pegar una torta a su insolente hija de dieciséis años.
Decididamente somos un país acomplejado y pendulante, que oscila de extremo a
extremo, sin jamás acordarse de la máxima romana: “In medio, virtus”. De la
radical educación franquista, cuando cualquier persona con gorra de plato se
creía con derecho a decirte por qué acera debías caminar, cuando los niños
debían caminar de puntillas para no molestar a los mayores, cuando la autoridad
era “La Autoridad”, hemos pasado al descrédito de dicha palabra y de todo su
significado, lo que nos ha acercado a la falta de respeto, rayana en el
recochineo.
No sé la diferencia exacta que
hay entre un cachete, una torta o una bofetada ni en qué consiste la graduación
del impacto que corresponde a cada denominación, pero si a un padre le negamos
la posibilidad de corregir moderadamente y sin excesos las conductas inapropiadas
de sus hijos estaos haciendo un país sin futuro. Del franquismo a la actualidad
palabras como disciplina, obediencia y respeto han caído en desgracia y
sustituidas por compañerismo, comprensión, tolerancia y otras semejantes. Si en
la actualidad alguien exige respeto y disciplina es enseguida tachado de facha,
intolerante y franquista. Jesús, qué miedo.
La niña en cuestión, hija de
padres separados, según dicen las crónicas quiso imponer a su padre el coste
del arreglo del teléfono móvil y, como el progenitor se negó, la dulce criatura
desplegó toda su energía en golpear las puertas y los muebles de casa así como
en dar voces contra su padre. Ante el escándalo los vecinos llamaron a la
policía que aplicando sin duda la legalidad vigente cargó contra el padre
abofeteador. Quede claro que no se me ocurre poner en duda la actuación de la
policía… sino la de aquellos que determinaron con su voto que un padre no puede
corregir a sus hijos con un oportuno cachete conductas tan deprimenetes como
ésta.
Si confundimos lo que aparentemente
hizo este padre con violencia doméstica es que somos un país profundamente
equivocado, lamentablemente desorientado y con un futuro desolador. Hay conductas
dolorosamente graves y suficientemente erradas que no pueden dilatar ni un solo
segundo la corrección, necesitan una corrección inmediata, de nada sirven “este
finde te quedas sin salir” o “mañana no te doy la propina”, la actuación correctora
debe ser proporcionada, inmediata y tajante, no se puede dilatar.
Estamos criando una generación de
niñatos pervertidos –no pretendo generalizar, conozco montones de jóvenes
educados, generosos y altruistas- a los que todo se le vuelven derechos, a los
que nadie les ha hablado de obligaciones ni, faltaría más, de los derechos de
los otros. Nadie nunca les ha dicho que a cada uno de sus derechos corresponde
una obligación ni que sus derechos limitan siempre y necesariamente con los
derechos de los demás. La disciplina, por muy desacreditada que esté, o la
autoridad, por muy franquista y obsoleta que nos parezcan, son imprescindibles
para que la sociedad funcione. El “todo vale” es una estupidez más con la que
España, quizás Occidente entero, contribuye a su propio deterioro, a su continuado
hundimiento y a su degeneración. Tengo yo escrito que el mundo terminará por
ser dominado por China o por el mundo árabe, que conservan valores
tradicionales, como la familia, el esfuerzo –a veces próximo a la esclavitud- o
la disciplina. Pero, miren, tengo cierta seguridad en que eso yo ya no lo
presenciaré, allá se las arreglen las generaciones futuras. Que les den.
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