El ego español ha crecido y
engordado por comparación al de Italia. “Nosotros somos buenos y acogemos a la
gente en apuro, en cambio ellos los rechazan” podría ser el pensamiento
simplificado de muchos españoles de derechas y de izquierdas. Olvidan que
Italia ha acogido todos los años alrededor de 150.000 inmigrantes. España no. Esa
inmigración siempre irregular, tramposa, siempre en alza, ligada a veces a la
delincuencia, es la que ha provocado la llegada democrática al poder de la extrema
derecha en Italia, Austria, la que ha provocado su ascenso, también muy
democrático, en Francia, Alemania, Holanda… ¿Queremos eso para Europa? ¿No
habrá otro modo de hacer las cosas bien?
Son inmigrantes, no son refugiados.
El refugiado huye de una guerra, de una persecución por sus ideas, por su raza,
por su religión… No, estos son inmigrantes. Inmigrantes que han pagado miles de
euros (¿pero no son pobres de solemnidad?) a unas mafias que se lucran
injustamente de su sacrificio. A los refugiados hay que recogerlos, a los
inmigrantes no en estas condiciones, no tienen los mismos
derechos.
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No, no propongo dejar a estos
seiscientos desgraciados (entiéndase la palabra solo, única y exclusivamente en
sentido compasivo) abandonados en el mar. ¿Pero por qué las ONG subvencionadas
con nuestros impuestos los recogen a diez millas de la cosa africana y los
traen, miles de millas por medio, a Europa? ¿No es más lógico ahorrarse tanta
travesía peligrosa y dejarles en suelo africano otra vez? ¿Cuánto iban a durar
las mafias en ese caso, cuánto su negocio clandestino, cuánto estos nuevos
negreros del siglo XXI? Recordemos que hay otra nave con otros setecientos
inmigrantes presta para arribar a puerto en pocos días. ¿Les metemos también en
Valencia? ¿También se ofrecerá Quim Torra, el despreciable racista, para
acogerlos? ¿A todos? ¿Siempre? ¿Hasta cuándo? ¿Sin final? África no cabe en Europa.
A todas estas personas no solo
hay que ayudarlas durante unos días, recuperarles de la dura travesía,
alimentarlos… La tarea es permanente, continua, hay que darles un futuro,
dinero para mantenerse, casa, trabajo, escuela, hospitales… y enseñarles las
reglas de convivencia en un país europeo del siglo XXI. Y ello en una sociedad
que ha basado su desarrollo en la solidaridad intergeneracional, yo cotizo hoy
por ti, mañana otro cotizará por mí y todos tendremos derecho a educación
gratis, sanidad gratis y pensiones. (¿Gratis?) Y nadie se escapa a los
impuestos, tasas y cotizaciones varias para poder lograr salir adelante. Si
alguien no cotiza… no tiene jubilación. En una Europa donde las pensiones
corren severo peligro, donde los recortes en sanidad o educación han supuesto
gravísimos problemas populares… ¿a cuántos derechos sociales estamos dispuestos
a renunciar? ¿A cuánta gente que no contribuye vamos a subvencionar con
nuestros derechos? ¿Sabe el lector que en esa “despreciable” Italia algunos
grupos de inmigrantes, hartos de estar internados, han organizado conflictos
porque la comida no era buena, tenían frío o la conexión wifi no era como ellos
hubieran deseado?
Europa no puede encomendar su
futuro al buenismo, a los gestos hermosos para la galería… de votantes. Cierto que
a este barco había que aceptarlo y recogerlo (¿Por qué España?) y no dejarlos
morir en plena mar; el cargo de conciencia sobre Europa habría sido demasiado
grande, una Europa de tradición cristiana (solo tradición, ya no se puede
hablar de religión en una Europa descreída y materialista) no podría
permitírselo impunemente. Pero, ¿qué vamos a hacer con los próximos diez, veinte
barcos que vengan en los próximos meses? ¿Qué mensaje hemos enviado? ¿Por qué
no se devuelve a África a quienes se recoge en la costa africana? ¿Cuánto durarían
las mafias y sus negocios indignos? ¿Cuándo frenarán las subvenciones europeas
a quienes quieren destruir Europa?
El gesto del gobierno español, aplaudido
por la mayoría de los ciudadanos, es un bello gesto de cara a la galería que plantea
un problema ético: ¿Por qué hay que hacerlo todo con publicidad, con cámaras,
con fotos, con micrófonos? ¿Se utiliza a estos infelices para ganar votos? Piense
el lector la que se va a armar en Valencia cuando arribe el barco. ¿Qué medio
mundial se perderá el desembarco, qué televisión no lo retransmitirá, qué programucho
sensibloide no entrevistará a esa pobre madre con cuatro hijos que llegará
desesperada? “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”. No:
cámaras y micrófonos por doquier.
Quedan dos gravísimos problemas
que no se pueden obviar pero para los que no queda espacio en este artículo, ya
demasiado largo:
1-
¿Por qué no se interviene, toda Europa a una,
directamente en los países de origen de esta crisis que no ha hecho más que
empezar, a la que le quedan muchos años todavía de sufrimiento?
2-
¿A qué esperan los gobiernos europeos, tan
proclives a gastarse dinero en festivales, subvenciones, corrupciones y
convenciones, para favorecer la natalidad en nuestros países? La ejercitación por
la mujer de sus propios derechos ha provocado la caída en picado de la
natalidad; nuestra sociedad no tiene futuro sin las nuevas generaciones… que no
están llegando. ¿Acaso confiamos en la generación espontánea?
Europa tiene un problema pero
prefiere silbar y sonreír….
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