Hoy me gustaría estar hablando con ustedes de lo agradables que resultan
estas tardes de primavera, de cómo los bancos de calles y parque s se llenan de
señoras que hacen calceta, o cómo la calle Mayor se llena de paseantes alegres,
jocosos y dicharacheros; sin embargo
solo puedo lamentarme de cómo el cielo está lleno de nubes negras y borreguiles
que quieren derrumbarse violentamente sobre nuestras cabezas con cada tormenta,
con cada granizada.
Me gustaría hablarles de los
fértiles campos de Castilla, verdes de horizonte a horizonte, con las espigas
engordando día tras día bañadas por el sol. Me gustaría hablarles de los dulces
amaneceres desde lo alto de un alcor, de cómo la temperatura va subiendo y las
sombras van menguando a medida que la mañana avanza, de cómo la vida brilla
abajo en el valle… Me gustaría hablarles de todo eso, ponerme poético y cursi
hasta la saciedad. Hay veces en que ponerse cursi y bordear el ridículo, siempre
sin caer en él, es bueno, sano y necesario porque a veces la naturaleza es
también cursi y hay que retratarla. Pero no es el caso, hablarles de todo esto
a ustedes sería falsedad y encubriría mi queja, mi descontento, mi mala milk,
ustedes perdonen, por estos abusos climatológicos que estamos sufriendo. Ni
sol, ni espigas engordando ni temperaturas subiendo. Estoy hasta la punta del
flequillo de esta anormal primavera; harto, saturado, atiborrado, fastidiado,
empachado de tanta nube, de tanto chubasco, de tanta oscuridad. De tanta
chaqueta, de tanto chaquetón.
Tengo la bicicleta, esa de hacer la compra diaria en la plaza de abastos,
esa de pasearme por la orilla del Carrión, esa de seguir el camino del viejo
tren burra, abandonada, entelarañada, cubierta de aburrimiento e
insatisfacción. Yo bajo todas las tardes, le echo un vistazo y le dirijo unas
palabras de ánimo, pero siempre en vano. Y lo malo es que no puedes echar la
culpa al gobierno. Ni a la oposición. Cualesquiera que sean estos en el momento
presente, que uno no sabe ya por dónde nos llegamos, quién está arriba hoy ni
quién estará mañana. Porque en la vida viene muy bien echarle la culpa a
alguien, es un alivio siempre encontrar alguien a quién achacar tu sufrimiento,
tus males, tu decaimiento. Pero en esto del tiempo… ¿cómo puedes echarle la
culpa a alguien? ¡Quizá si algún hombre del tiempo se hiciera el harakiri…!
Bueno, siempre podemos echarle la culpa al cambio climático, conste que yo
estoy plenamente convencido de que nos estamos cargando el planeta, pero eso es
como echarnos la culpa un poco a todos, a los políticos por necios y a los que
los votamos por votar a necios.
Yo tendría que hablarles a ustedes de todas estas cosas, bonitas pero
insustanciales, de la feria chica, del tiempo, quejarme o alegrarme de que
estemos en junio aunque no lo parezca. Pero en realidad yo lo que quiero es
hablarles de algo infinitamente más prosaico y vulgar: de los presupuestos del
Estado. Anda que no nos lo vamos a pasar divertido viendo a aquellos que hasta
ayer los han defendido a capa y espada echarlos abajo para devolverles la faena
al PNV y viendo a los que hasta ayer los han combatido a sangre y fuego
defendiéndolos para contentar al PNV. Y me pregunto si los presupuestos, esos
que entregaban millones al País Vasco, se hacían en función de los españoles o
en función de los cinco votos del PNV, y dónde quedan los intereses de cuarenta
y tantos millones de españoles en su
caso… Y me pregunto por qué lo que ayer era bueno para unos hoy es malo o por
qué lo que ayer era malo para otros hoy es súbitamente bueno… Sé que de repente
me he vuelto espeso, que les estoy aburriendo, lo siento, lo siento, ya acabo,
solo una pregunta más, amigos oyentes: ¿Esos millones que había logrado el PNV
para el País Vasco quién los va a pagar, de los impuestos de quién van a salir?
Hala, ya, termino. Me asomo a mi ventana y veo la mañana florecer, las
espigas engordar, el arco iris salir y a dos novios dándose el pico detrás de
un árbol. Es difícil volver a la poesía primaveral pero hay que hacerlo, para
qué cegarse los ojos con la realidad económica si en el banco de enfrente se ha
sentado una dulce anciana a tejer unos patucos para su nieto. ¡Viva la
primavera! …cuando llegue.
Hasta la semana que viene, que encontraremos otro hilo del que tirar.
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