Palencia es una emoción:

31 enero 2006

I HAVE A DREAM

Salamanca, principio de los cuarenta. Enero. Hiela. Las calles están llenas de euforia, los vencedores lo llenan todo. Sus canciones resuenan sobre el puente romano, sus marciales desfiles retumban sobre el asfalto, sus estandartes todavía se enseñorean de la ciudad. La niebla sube desde el Tormes y lleva varios días sin levantar pero Joaquín Santiz ha decidido enfrentarse al frío. No le queda más remedio, enfundados sus pocos años en un raído abrigo cruza apresurado y cabizbajo la Plaza del Mercado Viejo y se acerca precipitadamente a la calle Tentenecio. Por un instante duda pero al final gira y se dirige a la Calle de Gibraltar.
Calle de Gibraltar. Lo que hasta hace bien poco había sido cuartel general de Franco está sólo a unos cuantos metros. Hay soldados por todas partes. El Colegio de San Ambrosio se yergue en medio de la bruma. Joaquín se para ante el vetusto edificio al que se está llevando toda la documentación que los vencedores han ido requisando a los derrotados. Ante la puerta principal un camión acaba de dejar caer varias sacas y el soldado de guardia devuelve los permisos al conductor, que acelera y desaparece en medio de un petardeo.
A Joaquín no le dejan entrar, es sólo un crío pero es sospechoso. Todos los españoles son sospechosos, los niños también. Por fin convence a alguien de que sólo quiere entregar a su padre un bocadillo y café caliente. Dentro hay cierto alboroto, hay voces y muchas idas y venidas. En las últimas semanas menudean las llegadas de sacas y sacas de cuyo contenido se habla en voz baja. Hace casi tanto frío y tanta humedad como en la calle.
Por fin encuentra a su padre, en una sala cualquiera, inclinado sobre una mesa, con un montón de papeles viejos ante él. La mañana sigue siendo sombría y gris, apenas hay luz y el padre nunca tuvo buena vista. Tose. Tose con frecuencia y cuando lo hace se lleva las manos al pecho. Antes de ver a su hijo se levanta varias veces, coge alguno de aquellos papeles, lo observa al trasluz, se sienta y lo deposita con cuidado ante sí. A su alrededor hay más fardos y sacas como las que el niño vio a la entrada. Abandonadas, sucias, malolientes, ennegrecidas. Algunas, manchadas de barro, tienen moho y parecen haber estado bajo la lluvia largo tiempo.
Joaquín da un beso a su padre, le saluda y le entrega el café. El café bien caliente es imprescindible en aquellas gélidas estancias. El niño -café y bocadillo, café y bocadillo- hace varios viajes a lo largo del día mientras su padre trabaja con los miles de documentos que el victorioso ejército de Franco ha acumulado allí. Alguien tuvo la megalómana idea de perseguir a todo españolito que algún mal día hubiera tenido el menor trato con los rojos, los enemigos de España, los malditos republicanos vendidos a Moscú. En aquellas cartas, censos, listas e informes estaban todos. Nadie se podía escapar y tarde o temprano la España nacional, la heredera del Imperio, Una, Grande y Libre, haría justicia. Su justicia.
El padre de Joaquín y varios desheredados más estudian y clasifican aquellos documentos sumidos en las peores condiciones. El trabajo es inmenso y es imposible prever su fin. Años pasarán en los que aquellos hombres, siempre en penosas condiciones, cuidarán con esmero aquel pozo de información sobre la más negra Historia de España. Lo cuidarán incluso poniendo en riesgo su libertad o su vida. Saben que hay muchos interesados en deshacerse de tanta información delicada. Los hay que desearían mandar al infierno tantos papeles que demuestran que existió la República, que manifiestan a las claras una España podrida y entregada al comunismo internacional, una España cuya existencia quisieran poder negar a sus hijos. Pero también los hay que venderían su alma por deshacerse de una información que les compromete personalmente, hay mucho camuflado en el bando nacional, gentes que apremiadas a sobrevivir levantan ahora con entusiasmo una palma de la mano que antes levantaban bien cerrada y apretada, que darían buena parte de sí mismos por ocultarlo. Todo por la vida, todos interesados en buscar la ruina de tanto dato preciso, de tanta información comprometida que puede arruinarles el futuro.
El padre de Joaquín luchará por evitarlo, usará estratagemas, buscará influencias, presionará, rogará e incluso se humillará por mantener a salvo aquella información todavía viva y rigurosa de una Historia todavía sangrante. No está solo, hay muchos con él ayudando a poner orden en aquella marabunta de datos. Los hay que sólo tratan de ganarse honestamente el pan de cada día en medio de una España revuelta, vengativa y acostumbrada a pasar hambre. Hay presos obligados a hacer de nuevo un servicio militar que ya habían cumplido con creces en el bando republicano, algunos que huían a Francia en el momento de ser capturados en los bosques de Gerona y devueltos al interior, entre ellos algunos republicanos catalanes que, antes que picar piedra, han podido redimir penas traduciendo al castellano los documentos incautados a la Generalidad. Ante el previsible asalto, incendio y destrucción del Colegio de San Ambrosio muchos de ellos se quedarán a dormir allí mismo para protegerlo con sus vidas. Joaquín acudirá con frecuencia, llevando café, comida, tabaco o medicinas a su padre. Le verá trabajar de sol a sol, pasando frío, penalidades y enfermedades. Le verá luchar y rebelarse, le verá ceder y someterse, le verá pasando frío, mucho frío, y calor. Le verá morir.
Ahora que han pasado más de sesenta años, ahora que ya es viejo, tiene siempre en su memoria historias para contar a sus nietos. Historias que parten del amargo sentimiento de derrota que emanaba su padre, secreto pero convencido republicano, y, pasando por la desolación, el frío y la humedad del Colegio de San Ambrosio, llegan hasta el mimo y cariño con que siempre trató aquella comprometida documentación.
Tiene Joaquín grabada en su cansada memoria muchas vivencias de su padre y sus compañeros. Los recuerda planchando –sí, planchando, con aquellas planchas de entonces- con extrema atención unos documentos que habían sido amontonados sin criterio en sacos rotos, despreciados y trasportados de cualquier manera, olvidados bajo la lluvia y recuperados más tarde. Los recuerda muy especialmente trabajando con guantes para protegerse del frío invierno salmantino, pero con las yemas de los dedos asomando necesariamente por los extremos porque el tacto era imprescindible para trabajar delicadamente con aquellos pedazos de historia miserablemente tratados por sus captores. Los recuerda cubriendo aquellos papeles con láminas de cera para facilitar su conservación. Aquellos salmantinos trabajaron con ahínco y dedicación durante muchos años para que no se perdieran esos valiosos trozos de la historia que ellos mismos, como todos los españoles, habían protagonizado unos cuantos años antes.
Desde su ventana de la salmantina plaza de Barcelona –un regalo de la ciudad castellana cuando Maragall fue alcalde de la capital de Cataluña- ha visto a muchas promociones universitarias dispuestas a beberse la ciudad para, unos cuantos años más tarde, salir a comerse el mundo. En este tiempo la plaza mayor, orgullosa y ecléctica, ha cumplido 250 años. La piedra de Villamayor, impertérrita y altiva, sigue recibiendo las caricias del recio sol castellano mientras al otro lado, sereno y resignado, el Tormes nunca ha detenido su curso bajo el puente romano. Joaquín lee por tercera vez el periódico del día. Habla del regreso a Barcelona de aquellos documentos que su padre y algunos salmantinos más rescataron y cuidaron con tanta delectación, facilitando su llegada a la posteridad.
Cansado por el paso de los años y enriquecido por la serenidad que da la experiencia, tiene dando vueltas en su cabeza la frase que Unamuno dijo a Millán Astray el doce de Octubre de 36 y que utilizada por el PP preside desde cientos de vallas las entradas a todas las ciudades de Castilla y León. Es de los pocos que todavía recuerda que de aquel “Venceréis, pero no convenceréis” fue testigo el Obispo de Salamanca, Pla i Deniel, catalán y franquista, quien además de ofrecer su palacio a Franco como cuartel general, y durante la guerra residencia de Carmen Polo, jamás se enfrentó a nadie para evitar un solo fusilamiento.
Joaquín suspira y se duerme. Se duerme y sueña. Sueña que Maragall agradece a Salamanca, a su padre y a quienes a él se unieron, cuantos desvelos y sacrificios prodigaron en la defensa de aquellos documentos que tanto estorbaban. Sueña que Maragall y Joan Clos, reconocidos a los salmantinos, dedican en Barcelona una plaza a la capital charra, a cuya inauguración asisten también Juan Vicente Herrera y el alcalde de la ciudad castellana. Sueña que éste aprovecha para anunciar a la prensa con el bombo y platillos natural de los políticos, que piensa dedicar todos sus esfuerzos a recuperar los documentos de la guerra civil propios de Salamanca que, oh, paradojas, están archivados, guardados y puestos a buen recaudo en Ferrol.
Del Caudillo, naturalmente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Don Pedro de Hoyos,

Soy salmantino, y me ha gustado bastante su escrito. Y le felicito sinceramente por ello.

Pero a la vez que le felicito, le quería transmitir mi malestar al encontrarme una vez más el error de llamar a Salamanca ciudad castellana. Al final del texto.

Usted sabe perfectamente cuál es el nombre la Comunidad Autónoma en la que vivimos: Castilla Y LEÓN.

Como bien indica y se siente orgulloso de ello como debe ser, es usted de Castilla. Y no de Castilla y León ni cosas raras de esas. Los inventos políticos no van con usted.

Conmigo esos inventos tampoco van, asi que comprenderá que sin haber formado NUNCA Salamanca parte de Castilla (indíqueme en qué momento) y sí en cambio del Reino de León (incluso eso se dice en los libros que describen la formación de esta Comunidad Autónoma: Formada por la unión de las regiones de Castilla La vieja y el Reino de León (león,salamanca,zamora)) y tener unas características culturales que le puedo transmitir cuando lo desee, más leonesas que castellanas, si es que de estas tiene algunas.

Le pido por tanto, a no ser que me indicara en qué momento histórico Salamanca perteneció al reino de Castilla, que retirara esa consideración hacia la que es mi ciudad, y evitara pronunciarse con ese adjetivo sobre ella.

Todo esto como petición personal simplemente. La libertad de expresión siempre lo primero. Ya me comprende.

Un saludo afectuoso.

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