Conste que no me lo creía, conste que tuve que leerlo dos veces: Kaká, un joven de hoy, un joven de éxito social y económico, sale en público a defender valores tan pasados de moda, tan fuera de lugar, como la virginidad. ¿Es posible que en 2008 exista alguien con la osadía de defender en público valores tan antiguos?
Una de las cosas que los que ya vamos teniendo determinados años echamos de menos es la sustitución de valores, que aquellos valores públicos que han dejado de serlo hayan sido sustituidos por otros igualmente elevados, la virginidad no es más que uno de ellos que me vale de excusa propiciada por un brillante futbolista.
No me voy a permitir defender la virginidad hasta el matrimonio a toda costa y contra todos los elementos que surgen en el océano de la vida del siglo XXI, sino que fundamentalmente quiero criticar el caso contrario, la excesiva permisividad y el todo vale que nos lleva a determinar incesantemente que los valores de una o dos generaciones anteriores son nefastos, perjudiciales y un estorbo para nuestra realización personal, y me refiero también a la virginidad en sí misma, pero no sólo a ella, sino a una colección de valores, que en un momento histórico de nuestra sociedad fueron tabúes radicalmente defendidos por una sociedad que al fin fue vencida por la presión contraria.
El pendulazo dado por la España postfranquista en este terreno de los valores morales es buen ejemplo de nuestra forma de ser, algo perfectamente observable en cualquier comedieta de esas que muestran nuestras televisiones nacionales. No sólo el concepto de “nación” es algo relativo, como hizo ver Zapatero, sino toda la esencia social, todo el tejido de usos y costumbres está puesto permanentemente en tela de juicio. No hay ni una sola de estas obras costumbristas de la escena que defienda determinados valores tradicionales, bastan unos breves minutos de atención a unos guiones llenos de exabruptos y a unos argumentos habitualmente basados en sexo, drogas, violencia y cuestionamiento perpetuo del papel de la autoridad, por ejemplo. Éste sería el momento ideal para hablar del triste papel que desempeñan en esas comedias los padres y los profesores, pero se saldría de los límites de un breve artículo de prensa.
Que alguien de la juventud y proyección social de Kaká cuya voz llega con facilidad a varias capas sociales tenga la gallardía de defender estos valores tradicionales y en desuso debería ser aprovechado por quienes tienen la obligación de defenderlos.
Una de las cosas que los que ya vamos teniendo determinados años echamos de menos es la sustitución de valores, que aquellos valores públicos que han dejado de serlo hayan sido sustituidos por otros igualmente elevados, la virginidad no es más que uno de ellos que me vale de excusa propiciada por un brillante futbolista.
No me voy a permitir defender la virginidad hasta el matrimonio a toda costa y contra todos los elementos que surgen en el océano de la vida del siglo XXI, sino que fundamentalmente quiero criticar el caso contrario, la excesiva permisividad y el todo vale que nos lleva a determinar incesantemente que los valores de una o dos generaciones anteriores son nefastos, perjudiciales y un estorbo para nuestra realización personal, y me refiero también a la virginidad en sí misma, pero no sólo a ella, sino a una colección de valores, que en un momento histórico de nuestra sociedad fueron tabúes radicalmente defendidos por una sociedad que al fin fue vencida por la presión contraria.
El pendulazo dado por la España postfranquista en este terreno de los valores morales es buen ejemplo de nuestra forma de ser, algo perfectamente observable en cualquier comedieta de esas que muestran nuestras televisiones nacionales. No sólo el concepto de “nación” es algo relativo, como hizo ver Zapatero, sino toda la esencia social, todo el tejido de usos y costumbres está puesto permanentemente en tela de juicio. No hay ni una sola de estas obras costumbristas de la escena que defienda determinados valores tradicionales, bastan unos breves minutos de atención a unos guiones llenos de exabruptos y a unos argumentos habitualmente basados en sexo, drogas, violencia y cuestionamiento perpetuo del papel de la autoridad, por ejemplo. Éste sería el momento ideal para hablar del triste papel que desempeñan en esas comedias los padres y los profesores, pero se saldría de los límites de un breve artículo de prensa.
Que alguien de la juventud y proyección social de Kaká cuya voz llega con facilidad a varias capas sociales tenga la gallardía de defender estos valores tradicionales y en desuso debería ser aprovechado por quienes tienen la obligación de defenderlos.
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