Palencia es una emoción:

17 abril 2008

El último, que cierre la puerta


Finalmente el románico del norte de Castilla es candidato a la declaración de Patrimonio europeo, según anunció la semana pasada la consejera de Cultura de Castilla y León. La propuesta se refiere a las provincias de Palencia, Burgos y La Rioja, una acumulación de monumentos muchas veces centenarios que adornan la cuna de Castilla.

Aún falta un tanto, no demasiado, para que la cripta de San Antolín cumpla mil años. Y es que se hunde el románico en nuestras raíces, las de nuestra tierra y nuestras gentes, nos cuenta cómo fuimos y tal vez contemplándolo detenidamente nos explicaríamos cómo somos y por qué somos. El románico es nuestra Historia labrada en piedra, el cuento epopéyico del nacimiento de una nación, el arranque de Castilla y la raíz de España. Lo que hemos sido está escrito en la arquivolta de Revilla de Santullán firmada por el maestro Miguel, salta a los ojos en cada uno de los colores salvados de la destrucción del mesario de San Pelayo de Perazancas, en el friso de la iglesia de Santiago o en los capiteles de Santa Cecilia. Provenimos de las gentes emprendedoras que levantaron San Andrés de Arroyo o Santa María de Mave y de los castellanos hospitalarios que acogían a los peregrinos en Santa María de Carrión.

En el entorno montañoso de estas provincias se escucharon las primeras conversaciones de ciudadanos libres que balbuceaban un nuevo idioma romance que estaba naciendo en la Rioja, un idioma que se llamó castellano, y no riojano, en honor a la tierra que le parió. Allí las leyendas de moros y doncellas, de fieras y caballeros, de juglares y nobles se empezaron a contar en la nueva Lengua que consagró Gonzalo de Berceo y que andando los siglos conquistó la Literatura universal. Todo ello lo va narrando el románico desde los eremitorios de las montañas de Cantabria, Palencia y Burgos, pasando por la siempre castellana Rioja, hasta Guadalajara y más al sur aún.

Sin embargo el rosario de dovelas, arcos, ábsides, cimborrios, espadañas, contrafuertes, capiteles y pilas bautismales no han podido parar la sangría económica y demográfica de estas tierras; el esplendor de nuestros monumentos más altivos y gloriosos contrasta con un futuro imposible, con el lento e inadvertido genocidio que se está llevando a cabo en unas zonas próximas a la desaparición por envejecimiento, emigración y desindustrialización, por falta de futuro para las nuevas generaciones en definitiva. Y ello con la dolorosa anuencia de nuestras resignadas autoridades. A las duras condiciones de vida en la montaña se une la imposibilidad de renovación generacional, nadie ofrece a los pueblos la misma calidad de vida que todos buscamos, ¿para qué quedarse inútilmente en ellos, entonces? ¿Quién va a abrir las puertas de la iglesia de Revilla de Santullán, de Vallespinoso de Aguilar, de Barrio de Santa María a la siguiente generación? El último, que cierre la puerta.

Tal vez con el Consejo de Europa tengamos la suerte que no tuvimos con la UNESCO y tanta maravilla dispersa reciba el premio que se merece y que compensaría mínimamente el desvelo de muchas personas desconocidas que han hecho de la supervivencia del Románico el centro de sus atenciones, de tantas personas que viven pendientes de ofrecer a los visitantes la llave de una iglesia para que contemplen allí, tal vez aislados en la lejana loma, un ábside, unas arquivoltas o un friso que de otra forma permanecerían desconocidos. Quizá si se recibe este honor se alce la voz de nuestros dirigentes para recuperar aquellas obras maestras que fueron nuestras y, acompañando el decaimiento de nuestras tierras, nos abandonaron, aún no sabemos por qué, camino del Fogg Museum de Nueva York; quizá alguien sienta vergüenza y nos devuelva envueltos en el New York Times los capiteles de Santa María de Lebanza. O quizá alguna autoridad castellana tenga la sorprendente idea de reclamar los capiteles de Santa María de Aguilar que se exhiben en el Museo Arqueológico de Madrid.
Claro que hay tanto que reclamar… En el museo Marés de Barcelona hay centenares de obras procedentes de toda Castilla, pero fundamentalmente de Palencia como se reconoce en los propios documentos del museo, que un día fueron arrancados con malas artes de su emplazamiento original. Silencio es el apellido de nuestras autoridades. Y claudicación.

Mientras tanto el día 23 es nuestra fiesta, el día de Villalar. ¿Y? Nada, lo de siempre: la vida sigue igual.

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