Y vamos a empezar por lo evidente, no me refiero más que a una minoría, numerosa, pero minoría, de transportistas que creen estar en el salvaje oeste, donde cada uno ha de buscarse la vida por cuenta propia, sin el apoyo de la ley. Sólo creen en la ley de Lynch y ya la han puesto en práctica en ocasiones anteriores, ¿por qué iba a ser diferente ahora?
Con frecuencia nos encontramos con sindicalistas salvajes, brutos incompetentes para hacer la “o” con un canuto, llenos de la fuerza que da la masa y seguramente incapaces de escupir en el suelo cuando se encuentran a solas. Nos hemos acostumbrado a unos modos de sindicalistas cuatreros en las huelgas llevadas a cabo en los últimos tiempos. ¿Últimos? Casi todas las huelgas que yo recuerdo se basan en secuestrar a los ciudadanos o a cercenar sus derechos.
A mí me han bloqueado la carretera unos agricultores con los que yo no tenía más relación que circular cerca de su pueblo. A mi vecino le impidieron su derecho constitucional al trabajo unos mineros que, además de ejercer su derecho constitucional a la huelga, obligaban a cerrar comercios, bancos, bares y cualquier otra actividad; a mi prima la del pueblo unos albañiles en huelga le pintarrajearon los cristales de su comercio, creyendo que tenía abierto al público su mercería, cuando sólo intentaba retirar los ingresos del día anterior. Cuando iban a rompérselos pudo salir apresuradamente y echar el cierre para que no hubiese dudas.
Y los huelguistas ahora queman camiones, incluso con el chofer dentro. Podría parecer un “deja vu” pero no lo es, simplemente ya ha sucedido de verdad en ocasiones anteriores. Los piquetes informativos siempre imponen su criterio a base de informarle las costillas o la cabeza a todo el que no quiera cerrar, a todo el que ejerza su derecho constitucional a trabajar. Nunca los que quieren trabajar imponen su fuerza bruta para llevar de las orejas a los huelguistas hasta el punto de trabajo.
Siempre son los huelguistas (insisto: algunos huelguistas) los que atropellan, avasallan, coaccionan, amenazan, delinquen, insultan, hieren, amedrentan y chantajean a los ciudadanos pacíficos, aunque no tengan nada que ver con su reivindicación. Casi nunca una huelga (yo, como casi todos los trabajadores he hecho alguna) se limita simplemente a la inasistencia de los empleados a su puesto de trabajo.
Para eso están los piquetes informativos. Te informan de que o te sometes a la ley del salvaje Oeste o te aplican la ley del salvaje Oeste. A elegir. Te informan de que no tienes más remedio que hacer lo que te dicen, te informan de que no tienes derechos, te informan de la policía no va a hacer nada por sacarte del secuestro multitudinario al que te someten en una autopista, en un cruce de caminos o al revolver de cualquier esquina urbana. Pero son piquetes cariñosos, caritativos y solidarios, después de romperte las dos piernas no te echan al río, dejan que llegue las asistencias y te evacuen al centro hospitalario más próximo.
Siempre las huelgas las ganan los más belicosos, los más salvajes, los más brutos del país. Ellos pueden hacer lo que les viene en gana, como está sucediendo en estos días, ellos pueden imponer su dictadura sindical de martillos, navajas y silicona, pero se cabrean si la policía va a disolverlos, se acaloran si la policía restablece el orden, se disgustan si la policía libera a los secuestrados en cualquier aparcamiento, se enfadan si la policía les obliga a dejar el camino expedito.
No son transportistas, son delincuentes, son incendiarios, son secuestradores, son mafiosos que viven del miedo, de la violencia y del dolor ajeno.
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