Palencia es una emoción:

19 julio 2008

José Montilla me produce envidia.

A veces uno se pregunta por qué tiene que callarse estoicamente ante algunas decisiones de los representantes políticos de su provincia, por qué tiene que aguantarlos sin haberlos votado jamás. Supongo que todo se justifica en nombre de eso que llamamos Democracia. Y que el remedio sería mucho peor.

Porque yo no he votado a ninguno de los actuales, ni de los pasados en muchos años atrás, diputados o senadores que representan a mi provincia. Y me dan envidia, mucha envidia, algunos de los que representan a otras provincias. José Montilla, por ejemplo, me da mucha envidia.


Y no me la da por su ideología, por su poder o por su cara bonita. Me da envidia porque sabe defender a sus votantes por encima de la disciplina de partido, algo de lo que carecen los representantes políticos de mi provincia, entregados todos a la insoportable labor de caer bien a sus respectivos líderes para promocionarse, sea en la calle Ferraz o en la Calle Génova. Todos ellos ejecutan asombrosamente bien la muy conveniente labor de callarse la boca y plegarse a las directrices emanadas de sus respetivas sedes, jamás nadie ha oído a ninguno de ellos rebelarse ante una decisión perjudicial para los intereses de sus representados, jamás ninguno de ellos, del signo que sean, ha puesto a su provincia, a sus votantes, por delante de su propio partido.

Esa actitud de sumisión a la disciplina partidaria la pudimos observar frecuentemente en Juan José Lucas, anterior presidente de Castilla y León y después presidente del Senado, que seguramente terminó su mandato con dolor cervical de tanto asentimiento continuo a la labor de José María Aznar en cualquier circunstancia, pero también en los actuales diputados regionales o nacionales que apoyan, siempre muy disciplinados, las tareas del Gobierno o de la oposición sin que jamás se les haya oído una sola voz disidente, viva el partido, sólo el partido y todo lo que diga mi partido. “A mis votantes, a mis representados, a mis defendidos… que les vayan dando mientras yo esté sentadito en este escaño.”

Los castellanos somos gentes desafortunadas en el devenir político de España. Si fuimos la excusa de Franco para edificar “su” España, y enfatizo el posesivo, fuimos también su mano de obra barata para promocionar el desarrollo económico de otras regiones mientras la nuestra se hundía en la decadencia, en la despoblación y en el envejecimiento. Pero la Democracia no nos ha servido de mucho más. Divididos en cinco regiones de la Srta. Pepis, los castellanos somos ahora mismo el hazmerreír de un sistema autonómico en el que no pintamos nada, en el que se toman decisiones tan graves como la financiación autonómica, sin que nosotros podamos hacer nada. No somos nada, no pintamos nada ni en lo político ni en lo económico ni en lo cultural ni en lo social.

Y los actuales diputados del partido del gobierno callan. Callan con la misma miseria y cobardía que callaron los otros años atrás. La enorme injusticia que se va a cometer estableciendo como criterio de reparto la población es una manera de apoyar a los más ricos (¿Y dónde quedan los ideales “socialistas”?) y una dolorosa injusticia para una tierra despoblada y envejecida, sin tener en cuenta que la Educación, el médico, el correo o cualquier servicio del Estado tiene que llegar en las mismas condiciones a todos los ciudadanos, que son iguales en derechos aunque vivan en un pueblo de diez habitantes, en el más profundo de los valles o en la más alejada de las montañas.

José Montilla ha dicho que esgrimirá las balanzas fiscales para mejorar la financiación de Cataluña y que está dispuesto a crear problemas a Zapatero, “porque algunos le he creado y algunos más le crearé”. También ha dicho que: “allí en donde se tomen decisiones que afecten a los intereses de Cataluña el PSC estará con voz propia y autónoma”.

Es frecuente oírle retos semejantes. Qué envidia, pone a los catalanes por delante del partido. Yo también quiero representantes como él en vez de los actuales autómatas aprietabotones a las órdenes de sus señoritos de Ferraz, cuya más pesada tarea consiste en insultar ferozmente a sus oponentes. O de Génova, que tanto monta.

Cuánto daría por oír cosas semejantes a mis representantes, pero sólo soy un castellano, desgraciado de mí.

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