Durante el año pasado el cine español siguió su habitual derrota. Y tómese esta palabra en sus dos significados más habituales. La debacle parece no tener fin, nadie encuentra la solución a la pérdida continuada de espectadores. Nadie salvo Santiago Segura, al parecer.
No sigo suficientemente de cerca el cine español, hace tiempo que decidí alejarme del adoctrinamiento sectario y de la hipersexualización de ¿nuestro? cine. Creo que lo último que vi, y no por voluntad propia, fue “Juana la Loca”. Yo esperaba una versión histórica, más o menos histórica, sinceramente, con alguna alusión literaria y alguna licencia cinematográfica para hacerla más digerible. Pero lo que me encontré fue un puñado de actores que no sabían vocalizar, algo sumamente elemental que debería exigirse legalmente para situarse delante de una cámara, un guión nefasto, aburrido, simplón y... sexualmente monotemático. Vale que Felipe el Hermoso fuese un putero, vale que la reina de Castilla se pusiese las bragas en la cabeza si hubiese hecho falta para tenerle contento, pero eso no es argumento de interés cinematográfico ni tiene sustancia para convertirlo en una película. La película en realidad era una sucesión de escenas amatorias salpicadas con alguna otra de estilo costumbrista.
La imaginación y el buen gusto abandonaron el cine español tal vez en el mismo instante en que lo invadió el sectarismo, la propaganda política y el partidismo. El monopartidismo, para ser más exacto. Al día siguiente, ¿o fue antes?, yo me di de baja. Y antes y después millones de españoles tomaron idéntica decisión. Cinco millones el año pasado, casi nada. Aún quedan doce millones y medio de espectadores que en otos dos años y pico habrán terminado por desaparecer.
Acaban de estrenar la última torrentada, batiendo récords de taquilla y de espectadores. Tampoco he pagado un duro por ninguna de las pelis de la saga. Iré a ver esta última sólo si Zapazerolo me promete dimitir. Sí, seré capaz de tamaño sacrificio con esa condición. No me creo incluido en esa España capaz de reírse con ese cine de culos, tetas y caca. Lo siento, no, no soy ningún sibarita ni me estoy poniendo estupendo, tampoco soy ningún selecto amante de Ingmar Bergman, Zeffirelli, Visconti o François Truffaut, pongamos como ejemplo de cine culto, elevado y frecuentemente somnífero.
Entiendo que Segura hace costumbrismo, que es lo que con frecuencia ha hecho el cine español con éxito; lo poco que he visto en televisión puede haber tenido momentos divertidos, no lo niego, pero no me compensa el bochorno que sobrellevo pacientemente el resto de la película. Hay cosas por las que no paso, a pesar de resultar divertidas. El cine debería ser cultura en mayor o menor grado pero nunca debería ser anticultura.
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