Palencia es una emoción:

24 noviembre 2008

España ha dejado de ser católica.


No empiecen tan pronto a llamar airadamente a este periódico, ni escriban, todavía, alarmadísimas cartas al director. He escogido este titular con la única intención de atraerle a usted hasta estas líneas y lo he conseguido. De eso se trataba en principio. Permítanme aclarar que si España no ha dejado de ser católica le falta poco y es lo menos que nos merecemos.

Soy católico, mis lectores habituales deben perdonarme por ser extremadamente reiterativo en esta afirmación, pero me gusta repetirla con frecuencia en tiempos en que no está de moda, en días en que es políticamente incorrecto. Me gusta serlo. Incorrecto en lo político, digo.

Les estoy hablando de la orden judicial de retirada de los crucifijos de una escuela de Valladolid. No entiendo que haya padres a los que les moleste la presencia de un crucifijo en un aula, pero cuando leo sus argumentos admito que pudieran tener razón, que una escuela pública no debiera orientar a sus alumnos en ninguna dirección ideológica…

…lo que choca con las clases de Religión que la mayoría de los padres admiten por inercia, como por inercia admiten los crucifijos en las aulas excepto una minoría combativa que me da envidia, y con las clases de eso que abreviadamente llamamos “Ciudadanía”. Porque “Ciudadanía” orienta la educación ideológica de los niños. Será en la dirección “buena”, según cree el Estado Democrático, pero orienta ideológicamente sin duda alguna, pues para eso se ha instalado en el sistema educativo, precisamente para eso se “inventó”. Si ustedes me apuran, toda la educación trata de eso, de orientar ideológicamente en el buen camino a los niños. En lo que cada sociedad considere que es el buen camino. Sé de un país en el que está bien visto escupir en el suelo.

Y hoy mayoritariamente España no considera que la Iglesia Católica, su doctrina y sus símbolos marquen el buen camino. Nuestra sociedad ha derivado en otra cosa distinta a la sociedad católica. Ser católico es algo antiguo, pasado de moda y contrario al ambiente social chupiguay y de champán para todos que nos envuelve. Y los culpables somos los que formamos esa sociedad cuyo rumbo hemos decidido entre todos. Y, claro, más responsabilidad tenemos los propios católicos que nos hemos dejado comer el terreno neciamente.

Han sido sobre todo nuestros errores, los fallos de nuestra jerarquía (y los de lo que en tiempos fue “ingente masa católica”) y nuestras incongruencias y desistimientos los que han proporcionado una sociedad amargamente crítica con nosotros mientras es tolerante con su propia necedad, una sociedad que cada primavera celebra miles de primeras comuniones no para demostrar su fe, sino su riqueza y prodigalidad, no para sentirse en “común unión” sino para demostrar a vecinos y amiguetes el poderío económico propio y lo rumbosos que somos con los Kevin José o Jessica María de nuestras entretelas.

España ha derivado en una sociedad que ha puesto su mirada en tener más y disfrutar más, que ha hecho del materialismo su objetivo vital, en lo cual los católicos tenemos una enorme responsabilidad, que vive la Semana Santa como una ocasión acertadísima para evadirse de las presiones del trabajo, semana en la que la Religión no supone más que un aspecto folklórico y festivo del pueblo de nuestros padres. De lo que hemos hecho con la Navidad prefiero no hablar porque está a la vuelta y prefiero no amargar las fechas. A eso ha reducido nuestra sociedad las vivencias religiosas. Como para no quejarnos.

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