Que haya habido una persona capaz de denunciar al Rey Baltasar por darle un caramelazo durante la cabalgata de hace un año indica el nivel de soplapollismo ibérico al que nos ha conducido una situación política, educativa y social tercermundista. La cómica respuesta del juez, riéndose educada pero indisimuladamente de la denunciante, es la respuesta más suave que podía esperarse.
Que alguien que participa en un masivo acto lúdico reciba un coscorrón, un pisotón o que tenga que taparse la nariz como consecuencia de la situación entra dentro de lo posible y de lo que debe aceptarse de modo natural al acudir a un acto de estas características. Que la soplapollez carpetovetónica (¿por qué ha dejado de usarse esta palabra?) lleve a alguien al extremo de denunciar al rey Baltasar como responsable del accidente es sólo consecuencia del todovalismo en que se haya inmersa una sociedad tan desorientada como desacomplejada, que entiende que con tal de salirse con la suya, y tal vez ya de paso sacar un pellizco al ayuntamiento, cualquier disparate puede ser aceptable.
Pero no se trata de que el disparate sea aceptado en la cola del pescao o en la barra de la taberna de la esquina, no se trata de que lo acepte como válido Manolo el del bombo o la portera de una finca urbana, no. Se exige que el disparate sea aceptado, tolerado y respaldado oficialmente en un juzgado y por un juez. No basta con que en La Noria (Por cierto Burguer King ha vuelto a anunciarse en esa defecación televisiva) salga Belén Esteban haciendo pucheritos porque a una buena mujer, supuestamente consciente del mundo en que vive (¿...?), no. La memez que nos invade, el bajo grado de cultura que se exige para abrir la boca y el atontamiento colectivo precisan la convalidación judicial por lo menos.
El juez ha sabido estar a tono y reírse de la pobre e infeliz mujeruca denunciadora, mandándola a Oriente a mirarle el ADN a todas las cortes que por allí pululan para averiguar el culpable que, digo yo y dada la provecta edad que se le supone, incluso podría librarse de la cárcel sin esfuerzo.
La antigua España de pandereta, flor en los labios y navaja en la liga ha sido sustituida por la España abyecta de la gilipollez suprema, en la que las gentes piensan como adolescentes con las neuronas de botellón. Esto no puede suceder sin una buena planificación de algún estamento oficial, sin aventajados profesores y cursos perfectamente diseñados distribuidos por televisión. Estoy seguro de que gentes de gran arraigo popular, quizás Belén Esteban, Jorge Javier Vázquez, Kiko Matamoros y Isabel Pantoja (con la desinteresada colaboración de algunas cadenas de televisión) son los verdaderos responsables de este adefesio de país, narcisistamente basto, ofensivamente inculto y ridículamente irresponsable. Yo me quiero borrar
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