En una neurona de mi cerebro permanece anclada una viñeta del Capitán Trueno. Con gesto noble y altivo, desafiando al futuro con brava mirada, el preclaro héroe infantil aún me acompaña. Sé que cuando duermo o cuando las ocupaciones me dominan abandona el puesto en la proa de su barco y se pasa a la neurona de al lado a charlar un rato con Roberto Alcázar o tomar un güisqui con el Sargento Gorila. Con El Jabato no se lleva bien, quizá por cuestiones de competencia, ya que disputaban la misma clientela a la que sacudir duramente cada tarde de domingo, cuando mi padre me daba la propina.
Los tebeos son los estratos que van formando nuestra vida. Son capas de tiempo en las que vamos enterrando las vivencias que nos conforman. La juventud actual, la misma que dice ir "a su bola" o que cuando tiene una idea dice que se le "ha encendido la bombilla", ha repudiado la palabra tebeo por anticuada y españolaza y prefiere decir "comic" que suena guay y megaprogre. Y estranjerizante, no me digan que no son cretinos.
Yo crecí con todo ese muestrario de héroes patrios repartiendo mandobles a los enemigos de la Humanidad por doquier, nunca entendí por qué nos pasamos a Superman, Batman y otras americonadas, lean bien, no es una errata, a no ser que por ser buenos españoles rechacemos todo lo español.
Supongo que a alguno de esos tebeos es fácil colocarle la etiqueta de franquista y adoctrinador, incluso dicen que Roberto Alcázar se parecía demasiado a Primo de Rivera… Y qué, pienso yo, eso que llevábamos adelantado para las clases de Formación del Espíritu Nacional, ¿no se trata de aprender divirtiéndose?
Sólo con cambiar los guiones y poner a El Jabato a defender a princesas golpeadas por sus maridos o convertir a Roberto Alcázar y Pedrín en homosexuales ya teníamos solucionada la actualización ideológica. Eso sí, había que llenarles la boca de tacos, groserías y blasfemias para hacerlos políticamente correctos. El problema de los tebeos es que cuesta mucho adaptar los capítulos antiguos a los nuevos criterios éticos del siglo XXI. Ya saben que hay quien acusa a Tintín de racista, queriendo censurar a posteriori uno de sus capítulos, la tontuna de la corrección ideológica abarca todas las facetas de la vida. Curioso que censurar sea avanzar.
En un rincón de mi alma permanece anclada una colección de tebeos de postguerra, uno de estos días tengo que ir a recuperar mi melancolía a la exposición en la Calle Mayor, en la Casa Junco
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