Palencia es una emoción:

04 noviembre 2008

A veces me da vergüenza ser español

Con frecuencia me pregunto cómo será ser francés, por ejemplo. O si ser italiano es tan complicado como ser español. Francia e Italia son dos países que por diferentes razones me encantan, quizá porque tienen lo que le falta a España, quizá porque son plenamente europeos, centroeuropeos, sin por ello dejar de ser mediterráneos. Ustedes me perdonarán, pero tengo la sensación de vivir en un país demasiado complicado; es más, empiezo a estar un poco harto de vivir en un país tan complicado como España.

¿Pasan en Italia, con un fuerte regionalismo también, las mismas cosas que en España? ¿Hay regiones que puedan paralizar en su territorio la acción del Gobierno central? ¿Llega el hijo de Ben Laden una tarde cualquiera, se baja del avión y dice a los policías, “Oiga, que me quedo en este país? ¿Pasa también en Italia? ¿O precisamente el hijo de Ben Laden, uno de los diecinueve, nos ha escogido porque somos un país…“especial”? ¿Allí también le acogerían con los brazos abiertos?

Miren, me siento español, pero a veces me encuentro desesperado. Como cuando la reina se mete a opinar de aquellas cosas que nos dividen, qué absurdo que caiga en ese error quien tiene que tenernos unidos y contentos. Como cuando un gobierno nos lleva a una guerra injusta y cruel, como cuando otro gobierno nos regala bombillas para ahorrar, quizá porque es un gobierno con pocas luces, o se empeña terca, pertinaz, estúpida, cruel, infantilmente en negar la crisis que nos acogota y atenaza.

A veces me siento ridículo por ser español. Como con las declaraciones de Teddy Bautista, el presidente de la SGAE, que en vez de explicar por qué hay que pagar el dichoso canon digital nos lo impone por cataplines, que lo paguemos y nos callemos. O como ahora con lo de Telma Ortiz, a la que no dejan vivir su vida privada, a la que le imponen que por cataplines tiene que dejarse acosar por cierta prensa. Eso o irse a vivir a Australia. Pero, ¿esta señora qué obra de arte ha realizado, qué descubrimiento trascendente ha llevado a cabo…? ¿Tiene acaso culpa de que su hermana haya encontrado un buen partido?

A veces me parece que España es una unidad de destino en lo vulgar y que no podemos librarnos de ello por mucho que nos empeñemos, que da igual luchar o no. Cuando veo los campos de fútbol llenos, los centros comerciales a rebosar (ahora a rebosar de paseantes y observadores, pero a rebosar), las aceras y plazas repletas de gentes preocupadas de su palmito y de su intrascendencia me planteo qué esperamos del mundo, de la vida, si tenemos ideas o pensamientos trascendentes… o si todas nuestras inquietudes se limitan a ese mueble que queremos comprar, a ese trapito del escaparate, a esa tía tan buena que sale en ese programa. ¿Hay un hueco entre tanto materialismo, entre tanto pragmatismo, para lo espiritual?


A veces quiero dejar de ser español, hacerme momentáneamente francés o italiano, ay, Verona, qué recuerdos de noches de verano. Como cuando alguien me cuenta las últimas chuflas del telepredicador del insulto y la ofensa, al que media España sigue con religiosa devoción. A veces incluso quiero ser suizo, ¿cabe imaginarse aburrimiento mayor?, cuando leo los espectadores del “prime time” y veo que hay comedias zafias, bajas y sanchopancescas a las que concurren ¡seis millones de espectadores!

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