Sostres: cagada de mosca sobre boñiga de vaca

Como mis lectores habituales conocen soy un sibarita de la televisión: por cuestiones de higiene mental hay televisiones que en mi casa no se sintonizan jamás, hay programas censurados sin más gaitas o presentadores y tertulianos vetados sin previo aviso ni explicación posible.

Dado que en prensa hay pocas opiniones que me leo, bastante tengo con aguantarme las mías, no sabía hasta el día de ayer quién narices era el señor Sostres. Jamás de los jamases, oiga. Su nombre me suena a agencia de esas que pretenden medir la opinión del votante según sale de comprarse un par de calcetines o de mangar un par de discos del Corte Inglés. Ignorante que soy.

Lo que sí sé es que es un guarro. Un marrano. Un listillo que se cree que por decir determinadas sandeces es más progre, más adelantao que los demás y mea colonia, ustedes perdonen. En todo caso (Esperen, me he quedado corto en los epítetos, alguno más se me ocurrirá enseguida, denme tiempo) es tan sumamente payaso como para creerse inteligente, dinámico y sagaz. Seguro que si se come los mocos lo considerará una heroicidad.

Pero todo ello no le diferencia apenas de la masa amorfa, estulta, aborregada e iletrada que conforma la mayoría de los ciudadanos españoles, ustedes me perdonarán que no estoy señalando a nadie y menos, a usted, oiga. Pero el caso es que vivimos en una sociedad tan degenerada que las babosidades que haya podido expeler por vía oral el individuo este (perdón, llamarle individuo puede ser demasiado generoso por mi parte) no contrastan con el ambiente general, simplemente son una más de las habituales sandeces marranas que todos los días pueblan España.

A poca vida social que usted lleve, ya esté en la barra del bar de abajo, vaya en el autobús o pase por la puerta de un colegio está condenado tarde o temprano a escuchar los mayores desvaríos éticos y morales (ojo, no se me dispare el sector anticlerical, que no estoy hablando para nada de religión) que puede pergeñar una mente humana. Pasa simplemente por llevar las orejas puestas.

Nos hemos habituado a vivir en un ambiente infecto y no le damos importancia. La degradación nos es tan habitual que ni nos ocupa. Ni la percibimos cuando enchufamos la tele. ¿O sí? ¿O sí y precisamente por eso gusta? Porque servidor que, como ya he dicho, pasa de opiniones publicadas no pasa de las noticias y menos de las noticias de televisión. La tele nos representa, nos devuelve nuestra imagen, es como somos. Es el espejo, espejito, mágico, que nos canta las verdades: Somos lo que vemos, somos basura catódica (¿Se sigue diciendo así ahora con la TDT? Imagino que ya no, soy muy antiguo), nos encantan las guarradas televisadas, son las que mayor audiencia tienen, somos profundamente decadentes. E indecentes, si no me dan a la palabra más sentido que el profundamente laico que pretende tener.

Nos la cogemos con papel de fumar, nos escandalizamos cuando nos da la gana y con quien nos da la gana. Defendemos a “los nuestros” digan y hagan lo que digan y hagan, atacamos a “los otros” sean como sean. ¿Cabe mayor amoralidad? Vivimos insertos en una sociedad adocenada, que se revuelca satisfecha en la miseria moral, en la que casi se puede abortar hasta el momento previo al parto, en la que los mismos que combaten el alcoholismo toleran, impotentes, decadentes e indecentes, los botellones, quizá porque combatirlo es de fachas y permitirlo es de tolerantes demócratas, en la que se anima a votar con videos sexuales, en la que con fondos públicos se organizan talleres de masturbación (¿pública?) o en la que se puede ofender las creencias religiosas de los demás sin que por ello pase nada. Ah, bueno, sí, que nos reímos de los curas y demás cabestros vaticanistas.

En todo esto las opiniones del tal señor Sostres son una cagada de mosca sobre una boñiga de vaca, no destacan.