Salir de vacaciones es estresante, a mí me harta, socorro. Yo necesito una semana después de la vuelta para relajarme y descansar. La verdad es que simplemente comprobar que ya no cabes en el bañador del año pasado ya te supone el primer disgusto. El alivio es comprobar que el bañador tampoco cabe en la maleta.
A la puñeta la playa. Yo donde mejor estoy es en la sombrita del chiringuito del otro lado, con pantalón largo, muy liviano, eso sí, camiseta fresquita y mi sombrero entrecalado, con una caña bien fresca, unas aceitunitas o unas patatas y a esperar que la familia se haya achicharrado lo suficiente para volver a casa, poner la mesa mientras la parienta prepara la comida y echarme la siesta mientras los demás comen, que van a ser las cuatro. ¿Comer yo? Unos calamares o unas gambitas a la plancha, tal vez unos taquitos de jamón y queso, pero a su hora, a una hora civilizadamente cristiana y en el chiringuito antedicho; por supuesto yo solito e ilustrándome con el Marca y con los auriculares a tope para aislarme de tanto bandarra como puebla los típicos lugares de playa.
No crean que lo del Marca y lo de los auriculares es tontería. Has ido al mar, en realidad te han arrastrado, para buscar nuevas caras, nuevos ambientes y nuevas situaciones que rompan con lo cotidiano. Por eso necesitas el periódico y los auriculares, porque resulta que todo aquello con lo que has querido romper y dejar atrás te lo encuentras en la playa. El mismo vecino pesado del ascensor de todas las mañanas, la señora con pinta de pelandusca de setenta años que te encuentras todas las tardes cuando llegas arruinao a casa, hasta los niños que alegremente te llenan de arena o te torturan los tímpanos con su dulce música arrabalera están allí. Hasta el camarero es el mismo que durante el resto del año reparte el butano por el barrio. Así que necesitas el Marca y los auriculares para no verlos. Hay que disimular, hay que hacer que no estás allí, que no eres tú.
Y cuando cae la tarde, ay, cuando cae la tarde. Pero si yo he ido allí pa olvidarme de todo, ¿por qué tengo que disfrazarme de urbanita vacacionante si lo que quiero es salir sin preocupaciones? Perdón, si lo que quiero es no salir. Fuera hay un calorazo insoportable, las calles están abarrotadas, en las terrazas te cobran sólo por pasar cerca... Con lo caro que me ha salido el apartamento, lo que quiero es quedarme allí, inyectarme en vena un canal deportivo durante horas y gozar del aire acondicionado hasta que llegue el alba y entonces echarme a dormir.
A lo que me niego en redondo y en picudo es a las divertidísimas salidas familiares. Es otra obligación que no soporto. De pronto hay que ir a algún sitio para... para..., para no sé qué. El caso es que hay que salir, ir a ver algún castillo, algún museo aburrido o algún pueblo pintoresco. Jodé, con todo un mogollón de gente que ha tenido la misma original idea que nosotros. Hala, todos a la carretera, todos al mismo pueblo, todos al mismo restaurante, todos a la misma terraza, todos al mismo concierto bullanguero y populachero, todos a la misma caravana kilométrica, todos al mismo completo y carísimo aparcamiento. Todos con la misma multa municipal por aparcar sobre la acera, ¿pero qué voy a hacer si no hay otro sitio en todo el condenado pueblucho? Ah, es que el Excelentísimo Ayuntamiento del lugar tiene que aprovechar la época estival para completar su desequilibrada economía. Pues conmigo van de culo, no pienso pagar.
Salir de vacaciones es estresante, a mí me harta, socorro. Yo necesito una semana después de la vuelta para relajarme y descansar.
1 comentario:
Kali Rossi;
Siempre que leo su Columna me lo paso muy bien, la forma desenfadada y amena hacen que no le olvidemos. El tema de la playa lo borda, yo lo vivía exactamente así cuando ocasionalmente coincidía con la familia, afortunamente ya me manumití hace años y ahora voy de por libre. Saludos
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