Ya hace mucho que decidí que el verano no me gustaba, soy demasiado raro, ustedes perdonen. Está muy bien lo de las vacaciones, sí, pero no puedo con ese mal rollo del apelotonamiento en playas y casas rurales. Mea culpa, que lo de las casas rurales me tira mucho, claro.
Lo de la playa es algo que manifiesta nuestra corta imaginación y nuestro espíritu gregario. ¿Dónde va Vicente ? Ahora que las arcas municipales están agotadas sugeriría yo a los ayuntamientos que alquilaran a tantos euros por hora el metro cuadrado de playa. O a tanto cada mil granitos de arena. ¿Descubro nuevas posibilidades de corrupción a los ayuntamientos de la costa? De nada.
Lo de la casa rural, que uno imagina apartada, solitaria y silenciosa, puede llegar a ser una tortura si en el corral de al lado hay un gallo empeñado en cantar a las cuatro de la mañana o si en los desayunos te encuentras en la mesa de al lado a la impertinente vecina del ascensor de todas las mañanas o a tu propio casero, a quien tanto debes.
Si osas penetrar en el monte próximo, habitualmente abandonado hasta de la mano de Dios, te encuentras en esta época a una legión de memos urbanitas despojados de corbatas y cuellos duros y decididos masivamente a disfrazarse de aldeanos, quizá para empatizar con el paisaje y disfrutar del paisanaje. Personalmente hace mucho que uno aprendió con las experiencias y tiene muy clara la elección del escondite estival.
Definitivamente el verano es para pasarlo en la sección de congelados del súper de la esquina hasta que el empleado más próximo, sin duda mosqueado y con mala intención, te pregunta si necesitas ayuda. La sección de congelados es el sitio más atractivo de la ciudad para camuflarse horas y horas a la espera de que llegue la vuelta al trabajo. No es tan entretenido como el rincón de los electrodomésticos pero al menos estás fresco y no tienes que aceptar como fatal presencia al venerable ancianete que, vestido con pantalones piratas y camiseta de tirantes, ha decidido comprarse una tele nueva, cuanto más grande mejor, a falta de actividades más atractivas con que ocupar la cabeza. La senectud española, no sólo la senectud, también la madurez en general, tiene mucho que agradecer a la modélica (¿se me nota la ironía?) televisión española.
En mi mesetaria Castilla, donde la trilla con mulas sustituía al ligue con las suecas, el verano nunca ha sido idílico y aunque las montañas cántabras son nuestra vía de escape natural den ustedes por supuesto que nos quedamos sin ave zapateril a Santander, hay que reducir gastos en inversiones y qué mejor que hacerlo con Castilla. Castilla no importa porque no llora, así nos va sin remedio, somos prescindibles para cualquier gobierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario