El frío me ha gustado más que el calor, siempre que no llegue al punto que me contaba mi padre de su niñez, cuando los carros de los huertanos del otro lado del Carrión cruzaban el río sobre el duro hielo. Del frío hemos aprendido a defendernos mejor, no como la bilbaína aquella que calentaba la cocina de mi primera casa en Venta de Baños y dejaba el resto de la vivienda helado. De los más resistentes recuerdos que tengo de mi infancia es el momento de irme a la cama, abandonando el cálido nido próximo al fogón y adentrándome en la negritud helada del resto de habitaciones, siempre con una botella de agua caliente bien pegadita a la barriga. Luego, todo seguido, pis, pijama, padrenuestro y meterme en la cama, todo casi en una misma acción para ahorrar tiempo al sufrimiento. Pura postguerra, tardía pero postguerra.
De aquella cruda época es el cálido recuerdo de la castañera que entonces había junto a la estación de Venta de Baños, cuando mi padre me traía a Palencia a visitar a mis tíos. Mientras llegaba de Valladolid el tren en el que habíamos de viajar, ella dulcificaba nuestros ratos de espera llenando nuestro bolsillo con una peseta de calor en forma de castañas. Aun recuerdo su sonrisa franca al alargar su mano tiznada. Era, digo, cuando Venta de Baños tenía estación y no apeadero. Cuando Venta de Baños era una ciudad ferroviaria.
Mientras escribo para este periódico las radios y los periódicos nos anuncian frío, mucho frío. Como si no supiéramos que estamos en noviembre. Y nos amenazarán con llamarlo ola de frío, nuevamente. Vamos, que si Dios no lo remedia pasaremos este fin de semana con la nariz congelada. Con lo de las olas de frío glacial pasa como con los partidos del siglo, que todos los años hay dos o tres por lo menos. Siempre he pensado que hay una coalición interesada entre meteorólogos y fabricantes de abrigos y paraguas.
El frío no puede conmigo, a mí lo que se me ha congelado es el ánimo ante la situación económica, que de jugar la champions ligue hemos pasado a la tercera división y luchamos para no descender a regional, como Grecia e Irlanda. Eso sí puede congelar nuestro futuro y el de las próximas generaciones.
Y el castañero, mientras tanto, sonriendo y echando discursos hueros, hablando de lo maravillosas que son sus castañas pero sin decidirse a asarlas a toda máquina. Y los buitres internacionales esperando.
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