Leo, con infinito asombro, que a Carrillo le van a nombrar hijo predilecto de Gijón. ¡Y yo esperando a que me nombren hijo predilecto de mi manzana de casas! Nunca he sido partidario de la Memoria Histórica, así en general, así en abstracto, ni por lo tanto soy partidario de recordar a Carrillo por lo de Paracuellos.
Ha pasado demasiado tiempo y aquello debería haber caducado como los yogures de hace dos meses, dejemos a los muertos enterrar a sus muertos y vivamos la vida en paz (hago un inciso para separar de todo esto el derecho de abrir las fosas comunes de los “paseados” durante la guerra civil, enterrarlos dignamente y satisfacer moralmente a sus descendientes) sin pretender echarnos los muertos encima unos a otros.
No soy partidario de nada o casi nada que sirva para enaltecer la guerra civil, porque eso será siempre manipulado para enaltecer sólo a un bando; pienso que tantas cruces de los caídos en las plazas de los pueblos o en las paredes de las iglesias debieran ser reorientadas para recordar a todos los caídos por España, unos y otros, pues todos fueron españoles y entregaron sus vidas, más o menos voluntariamente, por una causa superior: España y los españoles.
Pero hay que reconocer sin duda que lo de Carrillo en Gijón lleva aparejado necesariamente un valor político; Carrillo nunca destacó por ser literato, pintor o filósofo, sólo es, sólo fue, un político. Poner una calle a los políticos siempre es una torpeza monumental, es una torpeza que a la vuelta de cualquier espasmo político o electoral alguien se ocupará de cambiar, seguramente por otra tontería semejante. No entiendo calles dedicadas a Pablo Iglesias, conozco una, ni al presidente de mi comunidad autónoma, conozco otra.
Pretender que haya razones para dedicarle una calle a Carrillo es despreciar a millones de españoles, es dar la vuelta a una tortilla que nunca debió existir, es pretender quitarse de encima complejos y miedos infantiles; nunca sabemos qué consistorio de los próximos que se elegirán, cambiará el nombre para dárselo a un simpatizante político, cultural o filosófico.
Cuando yo fui presidente de mi comunidad de vecinos no ocurrió absolutamente nada destacable según creo recordar. Si la memoria no me engaña sólo firmé el acta inicial y la final. Tan prolongado tiempo de pacífica convivencia se merece por lo menos que pongan mi nombre al edificio y que un busto mío presida la entrada, justo encima de la puerta del ascensor, por ejemplo.
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