Hace años que todos hemos observado cómo los híper de las afueras de la ciudad, los grandes almacenes y otros grandes comercios empezaban la navidad apenas pasa la fecha de Halloween. Y digo Halloween, y no “todos los Santos”, de forma voluntaria y acusatoria. Sin embargo, pese a lamentarlo, todos entendíamos que era lógico que esos grandes establecimientos que todos conocemos intentaran alargar todo lo posible lo que para ellos no es más que otra etapa comercial más, quizá la más importante del año.
Después venían los comercios del centro de la ciudad y luego los del barrio. Cuando por fin las fechas empezaban a acercarse realmente a la Navidad empezábamos los demás mortales a adornar nuestras casas. La cosa cambió cuando pasamos de adornar el cuarto de estar con el árbol o el portal de Belén a llenar el salón, el pasillo y el patio de vecinos de estúpidas luces de colores. Finalmente hace ya varios años que la boba costumbre social, y la costumbre finalmente hace ley, consiste en adornar puertas y ventanas, mostrar al exterior lo sumamente horteras que somos y cuán falsa es nuestra alegría por llegar una año más a ese mítico 25 de diciembre.
Este año he observado ya en noviembre los primeros adornos en balcones y cristales de algunos convecinos. Cada año tenemos más prisa por celebrar las fiestas navideñas y por hacerlo con mayor estrépito, con mayor colorido, extravagancia, aparatosidad y estridencia. No sé qué razón tendremos quienes no necesitamos atraer a la clientela con luces pedantes y colorines presuntuosos para anticipar un mes la navidad; no sé qué razones aduciremos para empeñarnos tan ordinariamente en exteriorizar una alegría que en realidad no sentimos y de cuyos motivos no guardamos ya memoria. Porque me parece recordar que no se trata de una fiesta folklórica, costumbrista o social lo que se celebra, sino una fiesta religiosa en la España más zapaterilmente laica que pueda existir.
Ignoro si lo que queremos es dar una imagen de despreocupados ricachones, como si la crisis no fuera con nosotros, como si la crisis no nos estuviera rascando el bolsillo a todos, o si lo que queremos es convencernos a nosotros mismos, interiorizar eso que tan apabulladamente pretendemos manifestar visualmente, inundando la entrada y las paredes de nuestra casa con una ristra de lucecillas prosaicas, catetas y pedorreras. Dime de qué presumes…. y te diré que la de esta sociedad es una alegría forzada, postiza y superficial, muy lejos de la profundidad del sentimiento humano.
Me he extendido mucho ya y no quiero alargarme más, pero me atrevería a pedir a Zapatero la supresión de la Navidad. Un Estado laico debería convertir estas fiestas cristianas en fiestas profanas, celebrando el solsticio de invierno en vez del nacimiento de Cristo. Si Zapatero fuera listo y consiguiera semejante objetivo, ¿quedaría algo más por lograr en España? ¿Cabría mayor felicidad popular? ¿A alguien le preocuparía la crisis, el paro, las pensiones o la desaparición de derechos sociales? Es sólo un apunte, mañana me extenderé más. Acuérdense de este blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario