Uno cree conocer a la clientela que frecuenta este blog, entre todos hemos convertido este rincón en un círculo de sillas, de ésos que se montaban en las calles de los pueblos durante las noches de verano, al que salían familias enteras a tomar el fresco mientras comentaban los sucesos del día. O mientras “cortaban trajes” a los ausentes, qué más da.
Más o menos todos sabemos de qué pie cojeamos y qué mano nos funciona mejor que la otra. Ambidiestros no hay muchos por aquí, que yo sepa. Así que presumo que hoy me va a tocar recibir de lo lindo de parte de algunos lectores, ya lo he sospechado en otras ocasiones, con diferente suerte: A veces unos en mi padre y otros en mi madre y otras en cambio con palmaditas en la espalda. No sé si esta vez acertaré en el vaticinio, es que hoy vengo dispuesto a felicitar a Zapatero y su afán prohibitivo.
Debo reconocer que me gusta aquel absurdo del París del 68, “Prohibido prohibir”, pero todos los absurdos son imposibles y además no pueden ser. Lo ideal es que no hubiera prohibiciones, que a nadie se le prohibiera nada, que todos fuéramos libres y que España se llamase Arcadia. Pero no es así, la realidad es mucho más lamentable y las leyes están precisamente para prohibir unas cosas y para incentivar otras. Y sí, ya sé que es una definición excesivamente simplona y poco académica de lo que debe ser una ley.
Yo fumo de vez en cuando y alguna vez conduzco más deprisa de lo recomendable, mea culpa, y el que esté libre de piedras que tire el primer pecado (risas, por favor). Y aún así estoy por una vez de acuerdo con el Gobierno, pero tranquilos todos, que en cuanto acabe de machacar el teclado voy a ir a confesarme. Como no hay manera de respetar mi derecho a no respirar el humo de mi vecino de mesa o de barra de bar estoy muy de acuerdo con la prohibición enarbolada por el Gobierno, así sin entrar en más precisiones de cuántos metros alrededor de un parque infantil se puede o no encender un pitillo o si es el camarero el que debe enfrentarse al fumador obstinado o si deben contratar a un “segurata” y encomendarle esa específica labor.
No creo que los hosteleros pierdan dinero; no me creo que dejemos de ir a tomar el aperitivo o el café, no por ello vamos a dejar de echar la partida los sábados en el bar de la esquina. A los españoles nos gusta eso tanto como el fútbol o una teta de Samanta Fox (¿Se llama así la paisana esa?). Lamentablemente los alrededores de todas las barras de los bares van a estar tan miserablemente sucias de cabezas de gambas, pepitones de aceitunas y cáscaras de cacahuete como siempre, eso no nos lo quita nadie ni nadie nos hace más limpios ni más higiénicos, se ponga Zapa como se ponga, oigausté. Eso sí, sobre las croquetas (requemadas, mal hechas y sin más contenido que masa mal cocida) que están sobre el mostrador, sin ninguna protección, ya no llegarán los humos de los fumadores, sólo los esputos de los tosedores. Algo es algo.
Y también me alegra que al que vaya drogao, lleno de alcohol hasta las cejas o se pase un cien por cien la limitación de velocidad le “ventilen” el coche. Amén, Jesús. Cuantos menos sinvergüenzas haya en la carretera más seguros estaremos los demás. Cuantas menos pistolas haya en Dodge City más seguro será el Oeste. Que les vayan dando por donde amargan los pepinos.
Miren, posiblemente estas dos leyes podrían haber sido mejores, tendrán pequeñas cosas que corregir, diversos aspectos que mejorar, muchas aristas que pulir, pero suponen un avance ante la realidad que tenemos. Muchos fumadores no se dan cuenta de que su derecho termina cuando entramos los demás en escena, pues entonces está por delante el derecho de los que queremos respirar. En cuanto a los coches… cuanto antes echen de la carretera a tanto loco con permiso de conducir será mejor para todos. A la vista está que las leyes actuales no han servido de mucho.
Zapa me gusta cuando prohíbe, si además está como ausente. Hala, me voy a ver si a estas horas hay algún cura dispuesto a escucharme…
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