Palencia es una emoción:

26 agosto 2011

Venta de Baños, ese problema


No es necesario pasar las vacaciones en el Caribe buscando a Curro (¿Qué habrá sido de él con esta crisis? Ya nadie habla de él en la tele) ni pasear por las calles de una ciudad exótica y carísima. Estar de vacaciones consiste básicamente en poder quitarte el reloj y levantarte o desayunar porque te da la gana, no porque sea la hora.

Los mejores ratos de este verano los he pasado en Venta de Baños, disfrutando de viejos amigos y nuevos momentos. Llegar al interior de mi pueblo es más difícil que ser invitado a la boda de la duquesa de Alba, sólo que la boda me trae al pairo y mi pueblo es mi pueblo, he ahí la diferencia. Alguna lumbrera salida de la escuela de ingenieros un año de mala cosecha ha levantado barreras en forma de rotondas y ha estirado la distancia y el tiempo que separan la que fue ciudad ferroviaria de Palencia. No siempre progresamos hacia delante. El progreso, como los avances militares, puede ser hacia atrás si se sabe justificar publicitariamente. En el caso de Venta de Baños lo es, aún me acuerdo cuando sólo había diez o doce kilómetros y mi padre con su seiscientos los salvaba en un tris tras. Ahora hay que cruzar un desierto, salvar varias encrucijadas indescifrables y parar en algún oasis a preguntar. Yo voy preparado por ver si cualquier día me encuentro a Gadafi huyendo del pueblo que tanto le quiere y al que tanto debe.

No me imagino a la de Alba y a su tercer marido montando en Venta de Baños camino de su luna de miel (¿Quién tiene más años, la Duquesa o la luna, quién tiene más energía vital?), con lo difícil que está llegar a la estación. Aquello de “Papá, ven en tren” habría que cambiarlo por “Papá, adivina dónde está el tren”. Ya ni les cuento las divertidas barrabasadas que se me ocurren con aquella otra frase publicitaria “En tren ya habrías llegado”.

A Venta de Baños le están torturando para hacerle confesar que tiene la culpa de algo, todavía está por definir de qué. La pasarela nueva, bueno, la última, que de nueva ya tiene poco, es la perfecta demostración de que a nadie le interesa el aspecto del pueblo. ¿Cabe imaginar algo más horroroso, antiestético y antihumano? El eterno problema del urbanismo de un pueblo mal planificado (¿Hubo alguien que lo planificara alguna remota vez?) y dividido sin remedio por las vías del tren nos ha mantenido siempre más cerca de un suburbio de Chernóbil que de un pueblo del Cerrato.

Han pasado décadas sin que nadie haya acertado con la solución, con alcaldes de todo color (¿Queda algún partido por pasar por la alcaldía?), nadie ha encontrado la solución al problema urbano, estético y humano. El polígono industrial, que habrá embolsado cantidades de impuestos a las arcas municipales, no ha servido para aumentar los habitantes, la calidad de vida y la importancia del lugar. Todos prefieren –preferimos- vivir en Palencia. Algo habrá que hacer, digo yo.

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