Amanece y Noviembre baja del Curavacas, cubre Fuentes Carrionas de
esmeralda fuerte y tras dejar Piedrasluengas desciende bendiciendo con lluvia
La Pernía, Santullán y Valdivia, donde Palencia se hace piedra y agua, montaña
y cielo, Dios y hombre. Besa Noviembre el nacimiento bravo de ríos que espejan
tierras de historia y arte: Carrión de Guardo minero a un lado, Pisuerga de
Aguilar industrial al otro. En medio, Cervera solariega y blasonada.
Hojas rabiosamente violetas cruzan con pereza el Boedo y la Ojeda y
Noviembre se regocija con ellas en dulces colinas y campos fértiles, juega al
corre que te pillo en campanarios y espadañas y se esconde detrás de sillares
románicos. Al mediodía se hace la deleitosa calma, desde arriba el sol sosiega
el tiempo otoñal mientras pesadas volutas de humo se levantan por la Valdavia.
La serenidad se sienta a la mesa, todo cambia de ritmo y hasta el otoño parece
hacer una pausa que señala el inicio de la tarde. Palencia montaraz se apacigua
y amansa sin perder gala ni compostura, pero si alguien la identifica con la
monotonía mesetaria que venga a estudiar a la primera universidad de España y
descubra la dulzura de feraces tierras y ondulados bosques donde ciervos
evasivos tienen su refugio.
Tierra de Campos, de catedrales góticas, de horizontes inmensos, saluda con
su generoso corazón castellano el avance otoñal. Es un regalo adornado por
solemnes hileras de chopos que acompañan a canales y acequias. Quisiera
Noviembre quedarse y disfrutar del espacio sin barreras, pregonarse de un
pueblo a otro sin obstáculos, peinar álamos deshojados y animar a los
peregrinos en su desfile ante los milenarios hitos que jalonan la primera
autopista paneuropea, la vía por la que Europa se enamoró de España, la vía por
la que España se supo Europa.
Baja el sol y Noviembre también se adueña del Cerrato y de los montes
Torozos. Cruza Palencia por la calle Mayor y su rostro se ilumina de soportales
y comercio, de chiguitos y castañas asadas, de ilusión y vida. Tariego, Cevico,
Dueñas, Ampudia alojan al otoño que se resiste a irse, que no quiere abandonar
las rizadas colinas que pretenden amamantarle para que permanezca acampado
entre valles y oteros. Las bodegas le ofrecen refugio y sustento pero su
obligación es pasar. Pasa y se vuelve pregón palentino allá por donde va,
proclamando en toda Castilla la gallardía que va del Peñalabra al Cerrato
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