La mañana hiela las entrañas,
aunque el sol llega sin obstáculo su esfuerzo apenas logra reparar el desgarro
de la helada nocturna. A lo lejos, sobre el páramo yermo, surge, imponente,
majestuosa, solemne, la catedral de
Villasirga. Llego con el espíritu tan congelado como el tiempo, con el ánimo por
los suelos en puro contraste con lo que la publicidad nos vende por navidad,
quizá porque hoy navidad no significa Navidad.
A pesar de las fechas todavía hay
peregrinos por la primera autopista paneuropea. Arrastrando los pies,
arrostrando el frío, enfrentando la soledad. Haciendo camino al andar.
Villasirga los recoge siempre hospitalaria, siempre madre amable. Es curioso cómo
el aire puro y frío trasmite hasta la plaza mayor la sonoridad de todos los
rincones. Llegan hasta mí laboriosos golpes de herrero, lejanos cacareos y
conversaciones susurradas. Traslúcida, permeable, límpida, plácida y pulcra es
la mañana entre las viejas calles del lugar. No me levanta mi decaído ánimo
pero suaviza mi pesar navideño.
Llego con la intención de serenar
mi inquietud en la iglesia templaria, de esconderme bajo cualquiera de sus
arcos y dejarme llenar de serenidad buscando asuntos no terrenales que se me
lleven la turbulencia de mi corazón. También iba buscando los
cantorales recién hallados entre sus muros. La noticia es asombrosa, que
todavía en el siglo XXI quede tanta historia por descubrir debe sacudirnos la
atención. Es un prodigio encontrar tanto pasado presente en tierra con difícil
futuro.
Encuentro a Don Jesús, admirado Don Jesús, reunido con expertos que los
valoran entre exclamaciones de alabanza. Los miro con ojos de lego, con ojos de
lego contemplo la dedicación y la sabia maestría de los autores. Cuántos
esfuerzos individuales, cuánta tarea colectiva y cuánto empeño espiritual
reunidos hace siglos tenemos delante de nuestra mirada. Quien de ello sabe me hace notar
la valía del hallazgo y los oficios y artes que se vieron implicados para
llevar a cabo tarea tan noble. Maldigo mi ignorancia que apenas sabe
diferenciar unos libros de otros y procuro empaparme de las explicaciones,
asimilarlas y llevarlas conmigo.
Al final abandono las naves de la
iglesia tan sobrecogido por lo que desconozco como impresionado por lo que me
han enseñado, la mañana sigue siendo igual de fría pero yo soy distinto, mi
ánimo es más recio y firme. Volveré, muy
pronto, pues la nueva iluminación de la iglesia me espera.
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