Palencia es una emoción:

06 enero 2012

Cantorales de Villasirga



La mañana hiela las entrañas, aunque el sol llega sin obstáculo su esfuerzo apenas logra reparar el desgarro de la helada nocturna. A lo lejos, sobre el páramo yermo, surge, imponente, majestuosa, solemne,  la catedral de Villasirga. Llego con el espíritu tan congelado como el tiempo, con el ánimo por los suelos en puro contraste con lo que la publicidad nos vende por navidad, quizá porque hoy navidad no significa Navidad.

A pesar de las fechas todavía hay peregrinos por la primera autopista paneuropea. Arrastrando los pies, arrostrando el frío, enfrentando la soledad. Haciendo camino al andar. Villasirga los recoge siempre hospitalaria, siempre madre amable. Es curioso cómo el aire puro y frío trasmite hasta la plaza mayor la sonoridad de todos los rincones. Llegan hasta mí laboriosos golpes de herrero, lejanos cacareos y conversaciones susurradas. Traslúcida, permeable, límpida, plácida y pulcra es la mañana entre las viejas calles del lugar. No me levanta mi decaído ánimo pero suaviza mi pesar navideño.

Llego con la intención de serenar mi inquietud en la iglesia templaria, de esconderme bajo cualquiera de sus arcos y dejarme llenar de serenidad buscando asuntos no terrenales que se me lleven la turbulencia de mi corazón. También iba buscando los cantorales recién hallados entre sus muros. La noticia es asombrosa, que todavía en el siglo XXI quede tanta historia por descubrir debe sacudirnos la atención. Es un prodigio encontrar tanto pasado presente en tierra con difícil futuro. 

Encuentro a Don Jesús, admirado Don Jesús, reunido con expertos que los valoran entre exclamaciones de alabanza. Los miro con ojos de lego, con ojos de lego contemplo la dedicación y la sabia maestría de los autores. Cuántos esfuerzos individuales, cuánta tarea colectiva y cuánto empeño espiritual reunidos hace siglos tenemos delante de nuestra mirada. Quien de ello sabe me hace notar la valía del hallazgo y los oficios y artes que se vieron implicados para llevar a cabo tarea tan noble. Maldigo mi ignorancia que apenas sabe diferenciar unos libros de otros y procuro empaparme de las explicaciones, asimilarlas y llevarlas conmigo.

Al final abandono las naves de la iglesia tan sobrecogido por lo que desconozco como impresionado por lo que me han enseñado, la mañana sigue siendo igual de fría pero yo soy distinto, mi ánimo es más recio y  firme. Volveré, muy pronto, pues la nueva iluminación de la iglesia me espera.

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