Palencia es una emoción:

27 enero 2012

La Huerta Guadián


Anochece el invierno en Palencia, roncos coches esquivan la rotonda y buscan el descanso nocturno con el ritmo intermitente de los semáforos. La circulación hiende el corazón de Palencia dejando el Salón a un lado y la Huerta Guadián al otro. Dos parques. Dos Palencias. Dos maneras de ser y de sentir.

Cada noche, justo antes de dormir, la Huerta Guadián se mofa de su vecino con espíritu de adolescente pandillera y le llama desharrapado y desarraigado. El Salón llora lágrimas de neón y metal mientras los casi mil años de San Juan Bautista, aparcados en medio del romanticismo, dicen que siempre ha habido clases incluso entre los parques. Ríen árboles y fuentes, corean pavos reales y la enhiesta columna quebrada que marca las horas se hincha de satisfacción y se hace reloj de luna.

Las luces que protegen las grandes avenidas se agotan al llegar a la espesura de la Huerta Guadián y dejan que las sombras amparen a los robles, abetos y castaños que vigilan satisfechos el sencillo silencio del jardín, sosteniendo en secreto la ternura que le ennoblece. Sólo suena el leve aleteo de las hojas que enero empuja, alguien entra en el parque para amarse en secreto y las ramas murmuran con disimulo que dónde vamos a parar. Esmeralda en medio del asfalto, la Huerta se sabe un piropo gentil en el corazón de Palencia de ladrillo y cemento, se sabe galanura pausada y sabrosa que antaño se hermanaba en fantasía y sutileza con el parque vecino hasta que la política los diferenció.

Los sillares románicos traídos de Villanueva del Río conectan el presente etéreo y difuso con nuestros antepasados de piedra, de cuyo arte somos deudores, el ábside es gallarda ligazón con tiempos pretéritos y nos recuerda que somos continuación de los castellanos que bajaron a repoblar esta tierra, las seis arquivoltas de su portada ofrecen al paso de los novios una enramada de fe y orgullo centenario con apariencia de piedra.

La ciudad sigue indiferente su declinar nocturno mientras la huerta Guadián se acicala para afrontar el nuevo día. Al despertar, el césped despide fragancias campesinas mientras tórtolas y petirrojos se desperezan y se lanzan a buscar el desayuno. Comienza un nuevo día cuyo hastío es ajeno al más romántico jardín de Palencia, penas y fatigas se detienen al llegar a la barrera de metal que le abraza. Quede fuera la actividad mundana, que la Huerta Guadián quiere retener el tiempo y se consagra a la quietud y la serenidad.

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La foto la he encontrado en flikr y está firmada por Rabiespierre

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