La decadencia de España se
refleja no sólo en la economía y en la interminable lista de parados, sino
también en la cultura de España –la cultura reglada, y que el informe Pisa y
otros nos cuentan, y la cultura popular dominada por la miseria que esparcen
los programas de mayor éxito de audiencia- y por la generalización de la
corrupción, una corrupción sin bandos, sin ideología, de derechas y de
izquierdas.
Existe la clara impresión entre
la ciudadanía de que nadie quiere enfrentarse seriamente a este problema del
que disfrutan -digo bien, he escogido la palabra no por casualidad- unos y
otros y que traspasando la barrera del tiempo
permanece entre nosotros desde… ¿desde siempre? Quizá la razón sea ésa,
todos se benefician de ella, en un tiempo u otro, en una capa social u otra, en
un estamento u otro, y bien por miedo, por defensa de intereses comunes o por
otras razones, nadie se decide a enfrentarse a la realidad y acabar con esta
lacra social que señala lo más bajo y despreciable de la clase política.
Pero al común de los mortales le
parece bastante fácil acabar con esta situación, bastaría el acuerdo político
nacido de la voluntad de combatir la corrupción. Ya, claro, ahí está la
dificultad, evidentemente. Y sin embargo teniendo tres cuartos del Parlamento
en manos de los dos principales partidos, éstos que se suceden sempiternamente
en el poder sin conseguir acabar con España a pesar de su empeño, no debería
ser tan difícil promulgar un par de leyes que facilitaran el desarrollo de los
juicios, acelerándolos sin pérdida de las garantías, e inhabilitando de por
vida a todos cuantos estuvieran mezclados en tamaña ignominia social.
Y sin embargo, acordar algo tan
sencillo como expulsar de la política, incluso de la vida interna de los
partidos, no sólo de la vida pública, a los corruptos, a sus protegidos y a los
que los protegen, ocultan y defienden es demasiado esperar de una clase política
que se beneficia del sistema inmundo. Y ya de paso impedir que empresas en las
que participen contraten con la Administración en cualquiera de sus cuatro
niveles no sería un mal añadido. Quizá de esta manera se podrían erradicar los
sobres, las mariscadas, las comisiones y los EREs fraudulentos.
¿Pero cuando la corrupción domina
a quienes tendrían que tomar medidas contra ella qué podemos esperar?
1 comentario:
Sr. Hoyos, siento mucho que no se pueda comentar en su blog, lo hago aquí, no me gusta esta marca España, prefiero la de la bandera, el honor y la honradez.
¿Alguna vez practicarán eso los políticos?
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