No acabo de entender el escándalo ni las quejas sobre los turistas que
vienen a España a emborracharse, es lo que hemos querido, lo que hemos buscado
voluntariamente. ¿Acaso de la borrachera no hemos hecho un arte juvenil en los
últimos años? Y digo de la borrachera, no hablo de beber, ni del alcohol, no;
de la borrachera. ¿No es en esencia de eso de lo que se trata cuando hablamos
del problema de los botellones?
Llevamos conviviendo agradablemente con los botellones un montón de
años. Tan ricamente, tan civilizadamente ¿O nos olvidamos en qué se ha
convertido cualquier fiesta de pueblo? ¿O nos olvidamos de la fama que arrastra
el botellón universitario de Granada? ¿O nos olvidamos de en qué consiste la
fiesta de San Isidro en la Escuela de Ingeniería Agrícola de Palencia? Hay
centros universitarios que en vez de ser conocidos por sus éxitos académicos lo
son por los enormes botellones juveniles a los que van asociados. ¿Y los sanfermines? No
necesitamos nombrar barrios de nuestras ciudades donde jóvenes y aún
adolescentes beben como cosacos con la misma facilidad con que pestañean… ¿Y
nos asombramos de que vengan a España los macarras británicos, alemanes u
holandeses a montar sus propios botellones entre nosotros? Es lógico que lo
hagan, en sus países son más contundentes que nosotros al llamar basura a la
basura, son más drásticos a la hora de combatirla y se tienen más respeto como
naciones y como sociedad, impidiendo que sus jóvenes cometan sus fechorías con
la facilidad con que las cometemos en España. ¿De qué, entonces, nos asombramos
hoy?
Nos da vergüenza combatirlo, somos estúpidos adoradores de lo
políticamente correcto; una determinada parte de la izquierda tiene sobre sus
cabezas tal trauma franquista que no dudarían en llamar represores, caverna retrógrada
e inquisidores a quienes intentaran poner coto legal a tan estúpida costumbre -recordemos
que no basta con beber, se trata de emborracharse- y nuestra bobalicona
derecha, acomplejada y torpe, renuncia al papel que sociológicamente le
corresponde, no vaya a ser que los votos de la sociedad la castiguen por no
tolerar la mugre social. Prima lo políticamente correcto, no vaya a ser que nos
de vergüenza vernos en el espejo.
Y por otra parte, ya que nos quejamos de los turistas desnudos,
pendencieros y borrachos por la Barceloneta… ¿Pero qué turismo hemos elegido
para desarrollarnos desde los años sesenta? No, no nos olvidemos de que Fraga
sacó adelante el franquismo con los biquinis de las suecas… y esto no lo ha
remediado nadie desde entonces. Traemos el turismo más barato, ordinario y
ramplón de Europa y como tal se comporta, qué le vamos a hacer, oiga. Podíamos
haber escogido turistas con más estilo, más clase, y más dinero, que es en
definitiva de lo que se trata, pero nos conformamos con lo más cutre. No, no
digo que de Benidorm podíamos haber hecho Cannes, que de Torremolinos podíamos
haber hecho Biarritz, que también podíamos, ni digo que deberíamos haber
llenado nuestras costas de exquisitos campos de golf, que alguno hay, pero digo
yo que siempre habría un punto medio en el que situar a nuestros visitantes.
Sin embargo elegimos lo que elegimos, libre y voluntariamente, no debemos
quejarnos.
La cuestión no es sólo de normas urbanísticas, ni de control de los
pisos de alquiler ilegal, sino de estilo de vida y nosotros hemos elegido un
estilo de vida permisivo, nunca nos opondremos a ningún movimiento social por
venenoso que sea, entre nosotros ha echado raíces la sana idea de que todo
vale, todo es bueno, hay que ser permisivos y comprensivos, no vaya a ser que
nos llamen franquistas. Aunque dejemos emborracharse al más tonto de cada
pueblo europeo, tan tonto que cree que tirarse borracho desde un balcón es
divertido. Permitámoselo, no crean que somos represivos y tardofranquistas con
pantalones vaqueros.
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