El largo verano se ha perdido
bruscamente detrás de la primera esquina de noviembre y el cielo se oscurece
con rabia. Una cortina de grises sombríos amenazan desde el cielo con dejarse
caer furibundos sobre el pueblo. La iglesia de Santa María quiere competir con
los cerros y se pone de puntillas para atrapar las nubes y obligarlas a admirar
su cimborrio. Así, aunque parecían tener prisa, los nubarrones se arremolinan
espectantes y nerviosos junto a la corona del campanario, como atletas esperando
el disparo de salida.
Sopla Otoño con fuerza y
enrabieta las ramas de cedros y pinos del parque, se agitan las chimeneas y
exhalan ventoleras que se enredan en el aire de los paseantes. Las gentes
caminan más deprisa que otras veces, se saludan casi sin detenerse y las
puertas de bares y comercios se mantienen abiertas apenas un instante. El
ambiente ha cambiado en solo unas horas y está dominado por chaquetas y
abrigos, botas y bufandas, prisas y adioses. Nadie quiere dejarse atrapar por
un súbito frío que todos temían y esperaban. Nidos de cigüeña aterrados se
preguntan si podrán resistir hasta la primavera mientras Otoño moroso muestra
su irritación por no haber llegado a tiempo y quiere adueñarse de sembrados y
baldíos, de calles y plazas.
Al fondo de la calle está la
escuela. El patio, que hace dos horas estaba lleno de feroces guerreros,
curtidos futbolistas o estrellas de la danza y de la canción, está ahora ocioso
y apagado. Vacío el patio se aburre y si pudiera se mordería las uñas, desea
que las horas pasen más deprisa y volver a sentir voces y carreras. Justo en
ese momento sopla una ráfaga más violenta y los chopos se quejan con lágrimas
verdes.
El cimborrio se conoce la historia mil veces repetida y se preocupa, sus sillares llevan cientos de años guardando el pueblo desde arriba y saben que va a pasar. El cielo se desploma y apresurados torrentes llenan calles y jardines, al final la lluvia siempre coincide con la salida de los niños. El Carrión, que lleva siglos besando a Santa María, comenta que para qué tanta furia, que serenidad y paciencia lo pueden todo. Si hay tiempo por delante.
El largo verano se ha perdido
cuando noviembre doblaba la primera esquina y las nubes lo dominan todo. El
cimborrio asiste hierático al temporal sabiendo que éste tampoco podrá con él,
es piedra, es Castilla, es perenne.
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