Aunque de las herencias uno se
suele preocupar dos veces en la vida, cuando las recibe y cuando tiene que
prepararlas, este asunto se ha convertido en actualidad en los últimos meses,
por ejemplo por los impuestos mucho más altos que tiene que pagar un andaluz
que hereda que un madrileño en la misma situación. Cosas del Estado de las
autonomías, ya ve usted. Por cierto, en esta autonomía extraña, por cuanto está
formada por dos regiones, somos los quintos a la hora de pagar este impuesto. ¡Los
quintos! Ya quisiéramos ser los quintos en población, en industrialización, en
riqueza… no, los quintos a la hora de pagar impuestos de sucesión.
Les pongo un ejemplo a ver si
consigo despejar mis entendederas: El padre de mi amigo Matías se ha pasado
toda la vida trabajando, ahorrando y pagando impuestos. Si compraba un libro,
impuestos; si compraba un coche, impuestos; si compraba una casa, impuestos; si
un tractor, impuestos; si ampliaba su negocio, impuestos. Y aún así ha conseguido
un cierto patrimonio, una casa, una tierra de labor en el pueblo, una
maquinaria… pagando siempre impuestos. Impuesto tras impuesto. Y ahora al
heredarlo mi amigo Matías tiene que volver a pagar impuestos otra vez por las
mismas cosas. Por todo cuanto su padre ha ahorrado, por todo cuanto su padre ha
pagado impuestos… él tiene que volver a pagar. O sea: impuestos sobre
impuestos. Tócate el bolo, Manolo (El bolo de la paciencia digo). Salvo la
avaricia del Estado… o de la autonomía… ¿qué explicación tiene esto? ¿Cuántas
veces hay que pagar impuestos por el tractor, por la vieja casa o por el coche
heredados? Mí no comprender, oigausté.
Esperen, esperen, que todavía no
he acabado con la herencia. No contento con esto, el Estado también nos dice
cómo hemos de repartir nuestra herencia cuando nos hayamos muerto. Sí, esto ya
lo sabía usted, ¿pero lo ha pensado bien? Usted, cuando se prepare para desfilar
de este mundo, no podrá hacer con su dinero, con su patrimonio, lo que le dé la
gana. No. El Estado se inmiscuye en su propia vida, en sus propias y más
íntimas decisiones y le dirá lo que puede y no puede hacer con todo lo que ha
ahorrado durante su vida. El Estado, metomentodo, se arrogará el derecho de
decirle a usted cómo tiene que repartir su dinero, cuanto tiene que dejar a unos
herederos y a otros y de cuánto puede disponer libremente.
¿Quién narices es el Estado para
meterse de esa feroz forma en los asuntos más íntimos de Matías? ¿Nos va a
decir también el Estado cuánta propina debemos dar a nuestros hijos y cuándo
debemos ponernos tiernos con la contraparte matrimonial? Y piense que no estoy
hablando de un personaje ficticio, estoy hablando de alguien real, Matías es
usted, amigo oyente. A usted le van a cobrar dos veces impuestos por las mismas
cosas y le van a decir cuánto y cómo debe dejar en herencia.
Sí, el Estado tiene el poder auto
otorgado de tomar decisiones en nombre de usted y sobre su propio patrimonio de
usted. Hablo de usted, señor, que está fregando los platos en este momento, de
usted, señora que se me ha quedado con la boca abierta, esperando no sé qué... ¡Ciérrela,
vamos, ciérrela!
Claro, todo esto es así, impepinablemente,
a no ser que usted tenga a enorme fortuna de ser vasco. ¿Creía acaso, infeliz
oyente, que todos los españoles éramos iguales ante la ley? No si usted es
vasco; si usted se empadrona en el País Vasco usted será de las personas
afortunadas que podrá dejar la herencia como quiera y a quien quiera, sin que
nadie ajeno se inmiscuya. Solo si es vasco. La ley es así, así es la España de
las autonomías.
En caso contrario, si usted solo
es un ciudadano de tercera y quiere decidir a quién apartar o a quién no
apartar de su herencia, tendrá por delante un enorme problema, repleto de
costosos abogados, enervantes procesos judiciales de ignota resolución y largos
periodos de tiempo de indefinición, de oraciones a Santa Rita de Casia, San
Judas Tadeo, Santa Filomena y San Gregorio de Neocesarea, todos ellos patronos
de lo imposible. Y Matías jura por lo más sagrado que tendrá tiempo para hacer
sendos novenarios hasta que consiga que un juez le escuche y se deje convencer
de las estupendas razones que tiene usted para hacer lo que le dé la real gana,
para manejar con libertad su propio patrimonio. Me apuesto un café a que no lo
consigue.
Hala, señores, ¿cómo se les ha
quedado el cuerpo? Pues acuéstense y tómense una tila, aunque yo les
recomendaría algo más fuerte, pero yo no soy el Estado, les dejo libertad.
@pedrodehoyos se despide hasta la semana que viene, a ver si ya han juzgado a
los Pujol.
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