Uno de los debates más absurdos
que se pueden dar en un país es si se deben cumplir las leyes o no. Cuando se
llega a este nivel es que el país está sumergido en una crisis lógica, ética y
legal muy grande. Que nadie puede tomarse la justicia por su mano parece una
premisa demasiado obvia para haberla dejado de lado.
Sin embargo España es asín. Sí, “asín”.
En Cataluña las propias autoridades, su propio parlamento y algunas de sus
instituciones más prestigiosas han auspiciado esta visión de la vida y nos
asustamos de que cuatro mozalbetes neocomunistas, neoviolentos y neoanalfabetos
destruyan la propiedad pública o privada sin que la ley actúe, sin que salten
las alarmas sociales.
La demagogia tiene mucha culpa de
ello. En el caso de Juana, basta que sea mujer y haya sido agredida (¿necesito
explicitar mi condena verbal al agresor?) para que un inacabable ejército de teóricos
solidarios (y “solidarias”) haya salido a las redes sociales y a la vida real manifestando
su desacato a la ley. Uno se pregunta sin hallar respuesta cuándo se puede
desobedecer una ley… ¿Cuando la ley sea injusta? ¿Y quién, con suficiente
neutralidad, conocimiento y objetividad, puede decir que una ley es injusta?
¡Los jueces, nunca los afectados!
Tengo el claro convencimiento de
que Facebook, Twitter y herramientas de comunicación semejantes tienen mucha
culpa de estos alborotos tan fuera de lugar. En mi profundo ser creo que un
ente superior, inalcanzable, omnisciente y a la vez humano debería poner coto
al acceso de cualquier iletrado a las redes sociales. Al menos cierto coto, una
especie de examen de lógica y civilización, de buena cabeza y sentido común, un
examen de dureza semejante al permiso para pilotar motos o coches de
competición. Por lo menos.
Juana tiene que cumplir la ley. Como
yo, como usted. Porque las partes implicadas no pueden decidir cuándo una ley
es buena o no, cuándo se debe cumplir o no. Porque la ley se debe cumplir
siempre, aunque el padre que debe recibir a sus hijos, con todo el derecho
legal del mundo, sea un maltratador y haya recibido condena por ello. Porque las
leyes se cumplen, sean las de condena por maltrato o sean las que permiten a un
padre convivir determinadas veces al año con sus hijos. Y cuidarlos. Y quererlos. Por eso yo echaría a Juana de mi casa.
Por cierto, si hablamos de leyes
injustas hablemos también de esas que con el apoyo del Parlamento obligan u
obligarán a los hombres a demostrar su inocencia en determinados casos de
maltrato doméstico. Hasta ahora se tenía que demostrar la culpabilidad de los
acusados, estos no deben nunca demostrar su inocencia. Esa ley también será
injusta.
Juana no entrará nunca en mi
casa.
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