Mi padre ganó la guerra, sí. ¿Y
qué pasa? Es sabido que a algunos se sienten atraídos por cosas, teorías o personas
que están de moda, no porque sean objetivamente buenas. Esta estúpida sociedad
nos exige ser guays, así que cuando algunos presumen de haber ser hijos de los
que perdieron la guerra hay miles de personas, algunas honradamente, que les
siguen con los ojos cerrados: ¡Qué guay es haber perdido la guerra, somos los
buenos!
Déjenme empezar por afirmar contundentemente que toda guerra
es estúpida, mala, dañina y perversa, algo a eliminar, a borrar de la memoria
humana. Y si esa guerra es civil eleven mis palabras al infinito.
Y dicho esto quiero añadir que sí, que mi padre ganó la
guerra. No, él solo no, claro, pero puso su grano en el granero que ayudó al
compañero. A mi padre le tocó combatir en el bando de Franco porque vivía en
una zona que quedó bajo su dominio en aquel infausto momento. Como a miles de
infortunados. Igual que otros tantos miles que lucharon en el bando contrario. A
ninguno les preguntaron su opinión, a ninguno se les ofreció la posibilidad de
elegir. Mi padre tuvo que luchar en el bando de Franco de la misma manera que
de haber vivido en una o dos provincias más allá habría tenido que combatir en
el bando contrario.
A mi padre le hirieron en la batalla del Ebro y fue evacuado,
toda la vida exhibió en su costado la horrible cicatriz de aquella herida. Sin
un ápice de orgullo, con normalidad.
Aquella evacuación posiblemente le salvó la vida y una de las muchas
consecuencias es que yo estoy ahora escribiendo. Pero no fue la única vez que
estuvo a punto de morir, hubo otra anécdota mucho más cruel y bárbara que
define la estupidez de una guerra:
Él era un joven maestro que se desplazó a cumplir su trabajo
a uno de los pueblos más alejados, agrestes y aislados de la provincia. A las
24 horas de tomar posesión se presentó en el apartado lugar un pelotón de soldados
procedentes de Palencia con la estricta orden de matar al maestro, del que no
tenían ni nombre ni señas personales, solo sabían que debían fusilar al
maestro. Obviamente desconocían el cambio de funcionario que se había producido
48 horas antes. Simplemente preguntaron por el maestro, lo localizaron y fueron
a por él dispuestos a cumplir la orden de fusilamiento.
Hubo suerte. Como he dicho el pelotón procedía, como mi
padre, de Palencia. Con lo cerca que está Burgos de aquel pueblecito… El cabo que mandaba a aquellos soldados
también era palentino y reconoció a mi padre. “Coño, coño, pero si tú eres…..
Quietos todos, esperad, que esto no está bien, algo falla”. Y mi padre se
salvó, se casó, tuvo cuatro hijos y una vida plena y suficientemente
satisfactoria.
Las guerras son estúpidas, malas, dañinas, fruto del odio y
de la memez humana. Medievales, incompatibles con la civilización, la primera
cosa que deberíamos borrar de la actividad humana. Pero mi padre contribuyó a
ganar la guerra y yo me muestro orgulloso. Buena parte de los combatientes eran
pobres diablos que no mataban por su propia ideología sino porque el destino
les había puesto en determinado lugar.
Pero mi padre contribuyó a impedir el triunfo de aquel
comunismo. Insisto: “aquel” comunismo. El comunismo de los golpes de Estado, el
comunismo del engaño y la trampa en las elecciones. El comunismo de las checas,
el que nos hubiera tenido en el Pacto de Varsovia, el de Nikita Kruschev o
Leónidas Brezhnev, el comunismo de
partido único: China, Cuba, Corea del Norte. El comunismo del que huía todo el
que podía. A pie, enfrentándose a las ametralladoras automáticas de la Alemania
del Este o saltando el muro; en barcas precarias como los cubanos. De ese
paraíso nos libraron los que ganaron la guerra.
Y sí sé que nos metieron en otro “fregao” que duró 40 años y del que muchos españoles
también tuvieron que escapar, Alemania, Francia, Luxemburgo. Un fregao que nos
tuvo aislados del mundo 40 años y que visto lo visto fue el mal menor. No, no
es que escogieran, es que no tuvieron más remedio. El mal menor.
Ahora que cuatro niñatos que se creen guays por ser de
extrema izquierda, ahora que cuatro interesados capitalistas-nacionalistas lo
pregonan, ahora que todo imbécil que sin criterio propio se une a lo que dicen
los torpes pastores del rebaño político, déjenme presumir de que yo soy hijo de
los que ganaron la guerra civil. Incivil.
¡De la que nos libraron!
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