Palencia es una emoción:

27 abril 2017

Yo soy hijo de los que ganaron la guerra.

Mi padre ganó la guerra, sí. ¿Y qué pasa? Es sabido que a algunos se sienten atraídos por cosas, teorías o personas que están de moda, no porque sean objetivamente buenas. Esta estúpida sociedad nos exige ser guays, así que cuando algunos presumen de haber ser hijos de los que perdieron la guerra hay miles de personas, algunas honradamente, que les siguen con los ojos cerrados: ¡Qué guay es haber perdido la guerra, somos los buenos!

Déjenme empezar  por afirmar contundentemente que toda guerra es estúpida, mala, dañina y perversa, algo a eliminar, a borrar de la memoria humana. Y si esa guerra es civil eleven mis palabras al infinito.

Y dicho esto quiero añadir que sí, que mi padre ganó la guerra. No, él solo no, claro, pero puso su grano en el granero que ayudó al compañero. A mi padre le tocó combatir en el bando de Franco porque vivía en una zona que quedó bajo su dominio en aquel infausto momento. Como a miles de infortunados. Igual que otros tantos miles que lucharon en el bando contrario. A ninguno les preguntaron su opinión, a ninguno se les ofreció la posibilidad de elegir. Mi padre tuvo que luchar en el bando de Franco de la misma manera que de haber vivido en una o dos provincias más allá habría tenido que combatir en el bando contrario.

A mi padre le hirieron en la batalla del Ebro y fue evacuado, toda la vida exhibió en su costado la horrible cicatriz de aquella herida. Sin un ápice de  orgullo, con normalidad. Aquella evacuación posiblemente le salvó la vida y una de las muchas consecuencias es que yo estoy ahora escribiendo. Pero no fue la única vez que estuvo a punto de morir, hubo otra anécdota mucho más cruel y bárbara que define la estupidez de una guerra:

Él era un joven maestro que se desplazó a cumplir su trabajo a uno de los pueblos más alejados, agrestes y aislados de la provincia. A las 24 horas de tomar posesión se presentó en el apartado lugar un pelotón de soldados procedentes de Palencia con la estricta orden de matar al maestro, del que no tenían ni nombre ni señas personales, solo sabían que debían fusilar al maestro. Obviamente desconocían el cambio de funcionario que se había producido 48 horas antes. Simplemente preguntaron por el maestro, lo localizaron y fueron a por él dispuestos a cumplir la orden de fusilamiento.

Hubo suerte. Como he dicho el pelotón procedía, como mi padre, de Palencia. Con lo cerca que está Burgos de aquel pueblecito…  El cabo que mandaba a aquellos soldados también era palentino y reconoció a mi padre. “Coño, coño, pero si tú eres….. Quietos todos, esperad, que esto no está bien, algo falla”. Y mi padre se salvó, se casó, tuvo cuatro hijos y una vida plena y suficientemente satisfactoria.

Las guerras son estúpidas, malas, dañinas, fruto del odio y de la memez humana. Medievales, incompatibles con la civilización, la primera cosa que deberíamos borrar de la actividad humana. Pero mi padre contribuyó a ganar la guerra y yo me muestro orgulloso. Buena parte de los combatientes eran pobres diablos que no mataban por su propia ideología sino porque el destino les había puesto en determinado lugar.

Pero mi padre contribuyó a impedir el triunfo de aquel comunismo. Insisto: “aquel” comunismo. El comunismo de los golpes de Estado, el comunismo del engaño y la trampa en las elecciones. El comunismo de las checas, el que nos hubiera tenido en el Pacto de Varsovia, el de Nikita Kruschev o Leónidas Brezhnev,  el comunismo de partido único: China, Cuba, Corea del Norte. El comunismo del que huía todo el que podía. A pie, enfrentándose a las ametralladoras automáticas de la Alemania del Este o saltando el muro; en barcas precarias como los cubanos. De ese paraíso nos libraron los que ganaron la guerra.

Y sí sé que nos metieron en otro “fregao”  que duró 40 años y del que muchos españoles también tuvieron que escapar, Alemania, Francia, Luxemburgo. Un fregao que nos tuvo aislados del mundo 40 años y que visto lo visto fue el mal menor. No, no es que escogieran, es que no tuvieron más remedio. El mal menor.

Ahora que cuatro niñatos que se creen guays por ser de extrema izquierda, ahora que cuatro interesados capitalistas-nacionalistas lo pregonan, ahora que todo imbécil que sin criterio propio se une a lo que dicen los torpes pastores del rebaño político, déjenme presumir de que yo soy hijo de los que ganaron la guerra civil. Incivil.


¡De la que nos libraron!

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