Palencia es una emoción:

28 noviembre 2018

De la mujer actual


Quiero pedir perdón a los lectores: me he debido hacer facha, discúlpenme. Creo que soy facha porque me gustan las mujeres de antes, lo siento pero no he sabido evolucionar con esta sociedad, que es lo que siempre había yo criticado a mis mayores. No me gusta que la mujer de hoy se haya equiparado al hombre, que se haya puesto a los mismos niveles del hombre.

Nací en un tiempo en que las mujeres no llevaban pantalones ni podían ni abrir una cuenta bancaria por sí solas. Afortunadamente hemos evolucionado España y yo desde entonces, cierto. Pero me siguen gustando las mujeres como las de antes, si es posible bien armadas por delante y con algo de picardía en el escote. Ya, ya, entiendo, perdón, perdónenme mi machismo recalcitrante. Estoy chapado a la antigua, no soy guay. Ni pretendo serlo. Ni gay.

No,  ni se me ocurre pensar que no tengan los mismos derechos que yo, ni que se les impida hacer algo que se me permita hacer a mí (bueno, salvo lo del pis de pie) ni que algún troglodita considere que por ser mujer valga menos, se la pueda maltratar o posponer.

Soy absoluto defensor de que la mujer haya alcanzado los niveles de libertad y bienestar actuales y que haya luchado por equiparar sus derechos a los del hombre. Bien por ella. En lo que ya no estoy de acuerdo es en que se haya equiparado al hombre, que se haya puesto al mismo nivel de burrez, villanía, bajeza e indignidad que el hombre, a esto llevo refiriéndome desde el principio del artículo.

Por algún motivo a los hombres se nos ha dicho, (sí, estoy generalizando, lo sé, pero no me digan que no es una verdad muy extendida) que para ser hombre hay que ser brutos. Bastos. Vulgares. Y la sociedad lo ha corregido en gran manera con años, muchos, de educación. Pero con frecuencia seguimos hablando a grandes voces para que se nos haga caso o para creernos con la razón. O para ser más machotes. O echando juramentos a espuertas para creernos el colmo de la hombría, “cagándonos” en lo más alto y más sagrado para demostrar tanto que estamos en posesión absoluta de la verdad como nuestra “machorrez” atávica, expulsando nuestra ignorancia y nuestra frustración en interjecciones sonoras creyendo que con nuestras bastedades somos más libres, más chupiguay y más progres. Algún alumno se me quedó con la boca abierta cuando le pregunté por qué razón decir “macagüenlaputaqueteparió” varias veces por minuto es de hombres más machotes que los que no lo dicen.

No, no he perdido el hilo. Es que esta mañana en el autobús he oído sin querer una conversación de este tipo. A una "señora". Cuatro de cada tres palabras era un taco. “Caca, culo, pedo pis” según creo recordar eran las palabrotas que decía uno de los protagonistas de “El príncipe destronado” de Miguel Delibes (escribo de memoria, corríjaseme si procede), pero los tacos de esta mujer de esta mañana no eran precisamente de ese calibre, no. Y se creía mejor, más mujer, más libre y más femenina por ello.

Sé que hay que decir tacos, yo los digo, claro que sí, pero me niego a creer que sean una demostración de libertad, de “chupiguayismo”, de hombría; no por decirlos se tiene más razón. Ni más razones. Sobre todo no se tienen más razones. Que la mujer de hoy día se haya equiparado al hombre, que se haya puesto a los mismos niveles del hombre en estos asuntos de falta de educación y elegancia me parece trágico, rotundamente trágico, no es un avance para ellas. Les hemos hecho creer –se han creído- que por ello eran mejores. No son más libres, son más brutas. Como los hombres, sí. Como algunos hombres.

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