He visto, como la mayoría de
ciudadanos, una parte de la increíble puesta en escena que nuestros diputados
montaron ayer en la Cortes. Han convertido un lugar noble, donde deben reunirse
los mejores, en un mercadillo barriobajero, donde se juntan comadres y
compadres a criticar a sus vecinos de patio.
Lo que sentí tras ver las escenas
en las que zafios carreteros, rudos leñadores y atildados posmodernos solo se
puede definir como vergüenza ajena. Y al mismo tiempo sentía que justamente ese
era una de los males de España, hemos dejado de sentir vergüenza, tanto ajena
como propia, hemos dejado de sentirnos obligados a manifestar el respeto a los
demás con nuestras palabras, con nuestros actos y con nuestra ropa. Ah, y
también hemos dejado de sentirnos obligados a mostrar respeto por la
inteligencia, la cultura y las entendederas de los demás.
La casa de la democracia debe ser
la casa de la tolerancia, sí, toooodos deben ser bienvenidos y respetados,
siempre en nombre de la democracia. Pero la casa de la tolerancia no es una
casa de tolerancia, existen una serie de normas, de compromisos, de
sobreentendidos que deben mantenerse y ser respetados. Lo que ayer se vivió en
el congreso de los diputados fue una muestra de la baja condición social de
nuestros políticos, dudo todavía si a su vez éstos son fruto de la baja
condición social de todos los ciudadanos, que activa o pasivamente, hemos
sacado adelante un parlamento de gamberros, sectarios y acomplejados niñatos
indignos de cargar sobre sus espaldas con la honrosísima obligación de
representar a todo un pueblo. O a
varios, si como parece vamos a ser una nación de nacioncitas, un pueblo de
pueblecitos.
Por algún motivo hemos desalojado
a los mejores, a los más preparados, de los puestos de decisión, de modo que solo
los más zafios, rufianes y sanchopancescos españoles pueden encontrarse
satisfechos en un lodazal semejante. Nuestros políticos han convertido el
otrora noble y dignísimo arte de la representación de las esperanzas y
necesidades del pueblo en un albañal en el que convergen todas las inmundicias
que los españoles somos capaces de coleccionar en quince días de campaña para
exhibirlas durante cuatro años en una casa de tolerancia con ventanales a la
calle. Con ventanales a la puta calle, déjenme terminar con el mismo ambiente
de alcantarilla que se vivió ayer en el Congreso.
Malditos, a mí no me
representáis, soy medianamente culto, medianamente respetuoso, medianamente
socializado, medianamente amable, medianamente comprensivo, medianamente
tolerante, medianamente demócrata, medianamente… lo que es decir mejor,
infinitamente mejor que vosotros. Cabrones, si es verdad que sois producto de
nuestra sociedad solo sois nuestro excremento.
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