En las últimas fechas las violaciones
en grupo han vuelto a ser noticia. Irrumpieron en nuestras televisiones cuando
aquella violación grupal de Pamplona. Todas las televisiones, todos los
telediarios, toda la telebasura, todos los periódicos y radios se llenaron de
informaciones sobre la manada de
Pamplona. Durante años. Nos informaron exhaustivamente
de todo lo sucedido, los
nombres, los lugares de origen, los trabajos y otros detalles innecesarios y
excesivos de aquellos desgraciados. Las tertulias se llenaron de expertos que
antes que los jueces, por encima de los testigos, más allá de la opinión
condenaron en prime time a aquellos individuos. Fue la primera vez. No, no
hablo de la primera vez de la telebasura, llevamos muchos años batiendo nuestro
propio récord, sino la primera manada.
La semana pasada, la anterior,
ésta, posiblemente la que viene (¿?), se han llenado de violaciones grupales.
Parece que España se ha convertido en un lupanar del salvaje Oeste americano
donde toda salvajada es posible. Los medios de comunicación nos alertan,
déjenme exagerar, cada día sobre una nueva violación, una nueva “manada” cada
vez más salvaje y bestial. Pero ni entre todas las violaciones, ni entre todos
los violadores han sumado tantas horas de televisión, tantas portadas, tantos
titulares, tantas arriesgadas opiniones como la primera. Quizá sea lógico, insistir
machaconamente sobre un tema lleva al aburrimiento y sin embargo al lector y al
espectador hay que tenerlo siempre prendido por la sorpresa. ¿Pero ni siquiera
un poco?
Nunca ha habido tanta información
(por otra parte incompleta, innecesaria y bochornosa) sobre el domicilio de los
acusados, ni sobre su edad, trabajo o lugar de residencia. Ni sobre su familia.
No se han visto cámaras a la carrera para arrancarles una declaración a los
miembros de las nuevas manadas. No ha habido pronunciamientos docentes (¿o es
mejor llamarlos adoctrinadores?) desde las alturas del gobierno, desde las
alturas feministas. Nada. Casi el silencio, la noticia escueta. En algún caso
se dijo que eran turistas alemanes (¿alemanes? Cuando se emborrachan pueden ser
muy brutos y dañinos, pero no parece definitivo que fuesen alemanes). En otros
casos se ha añadido que eran menas. Pero el silencio políticamente correcto, socialmente
obligatorio, pesado, finiquitador de polémicas sociales, se ha impuesto. Y sin
el elemento adoctrinador de los medios de comunicación la sociedad calla. Y
tolera.
La sospecha nos inunda, ¿por qué todo
este silencio, por qué toda la polémica que falta, por qué no tenemos las
habituales declaraciones altisonantes de la ministra feminista recalcitrante, por
qué no se llenan plazas y calles con aquellas manifestaciones masivas que
aglutinaron a todos contra la manada de Pamplona? ¿Por qué todo este silencio
explosivo sobre las circunstancias, con pelos y señales, de los asilvestrados
cabestros violadores? ¿Dónde está, quién se los calla, por qué no nos llegan
todos los precipitados juicios de expertos tertulianos en estos últimos casos?
¿Por qué nadie convoca ahora a llenar calles y plazas? ¿Quién tiene que apretar
el botón?
Oiga, ¿y todo esto de quién depende?
¿Existe un ministerio de Concienciación y Movilización social?
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