Soy crítico con España. Muy
crítico. Hay cosas que no me gustan y me parecen impropias de un país evolucionado,
justo y moderno. La crisis, por ejemplo. Las tarjetas negras, ésas que
imbécilmente nos hemos empeñado en llamar “black” de políticos de derechas,
izquierdas y centrocuentistas. Las cuentas en Suiza, los eres falsos, el
sindicalista asturiano, el tesorero del PP… ¿Y qué me dicen de esos absurdos
protocolos para médicos y enfermeros del ébola que les permite irse de vacaciones
sin control ninguno? ¿No hay motivos para quejarse de España? ¿O de los
políticos españoles?
Y sin embargo tenemos motivos
sobrados para estar orgullosos de España… ¡Cómo resistimos la crisis, cómo la
pagamos parados, funcionarios y pensionistas! Somos el primer país en
generosidad como hemos demostrado con los trasplantes de órganos, trayendo a
casa a nuestros misioneros enfermos de ébola o a montañeros y espeleólogos
perdidos por el mundo.
E históricamente, cuántas veces
hemos dado lecciones al mundo… si analizamos los hechos a la luz de los
criterios éticos propios del contexto… Tenemos tantas razones para estar
orgullosos de ser españoles como un congoleño, un danés o un norteamericano lo
están de pertenecer a sus culturas, razas y naciones respectivas. Y sin embargo…
Los españoles, entre la dictadura
y la memez intransigente de la izquierda, confundimos las dosis lógicas y
humanamente comprensibles de nacionalismo con el fascismo. Llevas una banderita
de papel en la solapa y te llaman facha. O esas pulseras, horteras y cursis,
que se ponen algunos. Fachas perdidos todos. Digo yo si gente tan avispada,
culta, inteligente, moderna, guay, preparada y megademocrática también llamará
facha al colombiano que ama a su país, al cubano que está orgulloso de Cuba o
al francés que canta La Marsellesa con emoción…
Y hablo, escribo, de un
sentimiento natural y absolutamente humano, ese natural que nos lleva a amar la
patria (¿Por qué a un español que habla de su patria se le mira mal? ¿Qué
delito contranatura cometimos? Porque sí, porque nos parece lo natural, sin
envolverse en la bandera ni en la tarjeta de crédito ni en la cuenta de Suiza…
Hablo de que cualquier esquimal puede tener la bandera de Esquimalandia sin que le acusen de ser enemigo del pueblo o de la razón, pero tener la bandera de España sobre la mesa de trabajo es sospechoso...
Entre una derecha que tiene
cuentas opacas, tarjetas opacas o que a la voz de España esconde sus
pertenencias y una izquierda que tiene miedo de ser como sus hermanos europeos
(¿Cuántas veces la izquierda ha escondido la palabra “España” sustituyéndola
por “el Estado”?) y pasearse o manifestarse con la bandera de España nos hemos
quedados huérfanos, de manera que el español se siente de su pueblo y de su
provincia, quizá luego si le insistes te dice que es español… bajando los ojos
y mirando disimuladamente a un lado, como si la cosa no fuese con él.
Pertenezco a esta Castilla que
parió a España y está siendo deshecha por ella, amo a Castilla y por ella me siento
español, aunque siempre rabiando cada vez que España premia a quienes la
ofenden, la menosprecian o se intentan alejar de ella; pertenezco a una
Castilla que está desaparecida en una España desagradecida y miserable con su
madre, a una España que está dispuesta a negociar lo que sea con los
separatistas, dándoles, una vez más, repetida, insistente, machaconamente,
aquello que exigen aunque signifique negar y relegar a la inexistencia a su
propia madre, su alma castellana.
Por cierto, ceder a las presiones
nacionalistas se ha hecho desde el año 75. Con los geniales resultados que
estamos comprobando. Si esto ha sucedido repetidamente desde hace cuarenta años…
¿quién nos dice que no va a volver a pasar con las nuevas cesiones que se
preparan?
Soy crítico con España. Muy
crítico. Hay cosas que no me gustan y me parecen impropias de un país
evolucionado, justo y moderno. España y yo somos así, oiga.
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