Abrumados como estamos por la crisis económica de nunca
acabar no nos damos cuenta de que otras crisis, igual de peligrosas pero más
enmascaradas, nos van a comer por los pies. Los graves problemas de natalidad y
repoblación son en realidad dos caras de la misma moneda, la llamamos progreso
y modernidad.
Por algún motivo nos hemos creído que progreso y bienestar
significan urbanismo y carencia de hijos. Y hemos pensado que sin tener hijos y
viviendo amontonados en una megalópolis seremos más felices. Esta absurda
situación la pusieron de relieve algunos alcaldes de la ruta de los
foramontanos –qué momentos más felices he vivido en Ruente- que se reunieron el
lunes pasado en Brañosera para celebrar la carta puebla otorgada por el conde
Munio Núñez a los primeros pobladores de la montaña palentina.
Mientras pueblos y campos son abandonados por las
autoridades, las ciudades se hacen cada año más inhumanas e inhabitables.
Trasporte, ruido, encarecimiento y contaminación, además de despersonalización
y hacinamiento, son el precio que estamos pagando por soportar la vida en
condiciones imposibles.
Al mismo tiempo el abandonado mundo rural pierde calidad de
vida, con el encarecimiento o desaparición de los servicios públicos. Cierran
escuelas, consultorios y farmacias rurales y desaparecen otros servicios y
comercios que por debajo de un determinado número de clientes son imposibles de
mantener.
Hay sin embargo un tipo de ciudad hecha a medida del ser
humano, de dimensiones medias, con distancias tolerables, con precios
aceptables, con una elevadísima calidad de vida. Y sin embargo, centrados en
otros problemas más urgentes pero no menos graves, estamos dando de lado a esta
ciudad racional y humana. Los alcaldes de norte de Palencia y los de las zonas
limítrofes de Cantabria hicieron en voz alta la muy sensata petición de una ley
que facilite vivir e instalarse en los pueblos. Llamativamenete el presidente
de la Diputación de Palencia pidió que se legisle para todos los ciudadanos, no
sólo para los vecinos de las ciudades.
Para nuestra desgracia nadie hará caso de este desgarrador
lamento y el interior de España será ese desierto que ya vislumbramos, nadie
parece querer poner remedio, a lo peor es que no sabemos escoger a quienes nos
gobiernan, en cuyo caso la culpa es de quienes se conforman.
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