Sí, amable lector, es verdad, hace un año ya escribí este
artículo. Y hace dos. Y tres. Espero su generoso perdón porque cuando en estas
fechas observo que nuestras calles y plazas son invadidas por monstruos,
esqueletos y seres deformes reunidos para celebrar nuestra decadencia cultural
me invaden inmediatamente deseos de exilio que solo detengo echando fuera mi
frustración.
Sí, me refiero a esta absurda tontuna que domina un sector
de la sociedad disparatadamente dispuesto a celebrar Halloween, una fiesta no
solo ajena sino contraria a nuestras tradiciones y forma de ser. Que en la
sobria Castilla celebremos la fecha vistiéndonos de cadáveres, vaciando
calabazas o recorriendo casas pidiendo caramelos al atrabiliario grito de
"¡Truco o trato!" (¿Me quiere alguien explicar qué gilipollez
significa esto?) es como si en Omaha, Illinois, USA, salieran todos los
habitantes a las plazas públicas y se pusieran a bailar jotas castellanas al
son de dulzainas y tamboril. ¡Payasos!
¡Cuánto daño nos han hecho cine y televisión! Posiblemente
aquella película de E.T, el currículo de Inglés de nuestros estudiantes y
nuestro perpetuo afán de jarana y alboroto tengan la culpa. Y no, no se me
olvidan los centros comerciales, no. Como la vida no nos da aquello a lo que
aspiramos queremos calmar nuestro descontento y nuestra vaciedad con fiesta,
bullicio y risas. Aunque no toque, aunque no signifique nada para nosotros,
aunque no sepamos qué pinta un niño de Rabanillos de Campos vestido con el
traje típico de Omaha, Illinois, USA.
Es un estúpido proceso de desculturización que nos
convertirá en seres amorfos, desubicados y desnaturalizados. Quizá sea también
un proceso de envidia pueblerina que nos lleva a imitar diversiones, tradiciones
y cultura de otros sin darnos cuenta, pobricos nosotros, de que en todas partes
del mundo hay que ganarse el pan con el sudor de la frente, pregunten.
Pero por más payasadas que imiten, por más americanismos que
profieran ("on line", tarjetas "black",
"casting", "champions league", "basket"), no van
a dar pasaporte USA a ninguno de estos rupestres ciudadanos que creen que
perdiendo su propia cultura, olvidando sus raíces y despreciando lo que son,
terminarán siendo guays y modelnos.
Entre celebrar nuestras fiestas apiolando a un toro junto al
Duero y hacer el panoli yanqui hay un mundo de alternativas.
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