Palencia es una emoción:

02 marzo 2006

LOS MÁS GRANDES DECORADOS DEL MUNDO

Soy de pueblo, nací en un pueblo y trabajo en un pueblo. Y si no vivo en un pueblo es porque en su momento no encontré la casa adecuada. Incluso ahora, tantos años después, me gustaría vivir en un pueblo (ofertas, por favor, es en serio) pero no consigo encontrar el lugar adecuado. Me gusta la vida en los pueblos. En los pueblos está la raíz de la vida y el origen de la sociedad.
Pero la despoblación y el envejecimiento se ceban tercamente en el entorno rural. Es una sentencia de muerte a plazos. A plazo fijo. A plazo cerrado. Ahora mismo en la mayoría de los pueblos la vida transcurre repos…., ahora mismo en la mayoría de los pueblos la vida languidece reposadamente, con la indiferencia de quien sabe que nada puede hacer por cambiar su destino. Claudicación. ¡Cuántos de nuestros pueblos no existirán en unos años! ¡Qué será de Villarmentero, de Palacios del Alcor, de Los Llazos, de Rueda de Pisuerga!
Es una pescadilla que se muerde la cola, no hay servicios porque no hay gente y la gente se va porque no hay servicios. Sí, ya, no sólo porque no hay servicios, claro. Quizá porque hemos decidido que necesitamos salir a la calle y ver escaparates, coches zumbando, tomar un café aunque nos cobren un euro cincuenta, quizá porque todos queremos un hospital cerca, claro. Y una comunidad de vecinos con la que discutir.
Preferimos asfalto, plástico y neón y abandonamos retazos de la Historia, castillos, palacios, villas, abadías y ermitas que decaen mortecinamente, grandes obras de la arquitectura civil, militar y religiosa que se convierten en herrumbre dentro de nuestros pueblos. Todavía junto a sus arruinados muros caminan indiferentes aquellas pocas personas que se enfrentan con resignación a la decadencia, la dejadez, la falta de inversiones, de imaginación, de energía y de iniciativa.
Estamos dejando a un lado escenarios centenarios formados por grandiosos ábsides, torreones o capiteles que se mueren de soledad y aburrimiento en nuestros pueblos. Estamos marginando teatros de la Historia, vivimos con indiferencia la presencia de referentes arquitectónicos, pictóricos y escultóricos imprescindibles en la Cultura europea. Cuánta Historia puede contar la abadía de Husillos, cuánta Historia ha corrido bajo las murallas de Astudillo; cuánta Historia se ha escrito en el cerro de San Pelayo.
Y sin embargo qué muertas están las almenas, los atrios, los castros. En los pueblos caminamos junto a ellos, coexistimos indolentemente con sus estructuras legadas por nuestros antepasados que sin embargo no forman parte de nuestra vida cotidiana, como si viviéramos en otra dimensión. Sólo forman parte del pasado, del decorado antañón de nuestros pueblos, han dejado de ser antiguos y sólo son viejos estorbos, a veces parece que ya sólo esperamos su caída, su derrumbe. La poca vida que en los pueblos va quedando pasa al lado, al margen. ¿Por qué las Diputaciones, los Gobiernos autónomos no ayudan a que la vida retorne a sus pasillos, a sus escaleras de caracol, a sus torres del homenaje, a sus salas capitulares? ¿Por qué no hacer que los ciudadanos vivan esos monumentos? ¿Por qué limitarnos a verlos perecer lenta e indiferentemente? Que formen parte activa de nuestros pueblos, de los afanes y quehaceres cotidianos de nuestras gentes, del ocio o del negocio de cada día, ya hemos asistido a demasiados conciertos en las catedrales de Tierra de Campos, muertas el resto del año; recuperémosles para que los ciudadanos sean actores de sus propias existencias, que la vida penetre activa y habitualmente, que tanta magnificencia no se quede en un espléndido decorado inerte, que se impregne de vida, de la vida de nuestros pueblos. Que el patio de armas de los castillos se convierta en el centro del pueblo, que vuelva la vida a tanto conjunto histórico artístico ineficaz, que tanta piedra muerta cobre vida.

De nada, Señor Herrera.

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