Palencia es una emoción:

19 noviembre 2006

PEGAR A LOS MAESTROS NO ES UNA ENFERMEDAD SOCIAL

Antes al contrario es algo absolutamente comprensible, no hay de qué extrañarse. ¿No vemos a nuestro alrededor cuántas cosas se resuelven con un poco de violencia? Permítanme realizar la pregunta contraria: ¿Qué diferencia hay en nuestro mundo entre ser trabajador y honrado, esforzándose y luchando cada día, y todo lo contrario? Pues entonces, que sobran los maestros. Pero, coño, ¿no estamos viendo cómo el Gobierno recibe a Teodoro Obiang sólo porque tiene petróleo? Ricos (y salvajes), al poder. Pues a tomar ejemplo, leches.
Ninguna de las muchas causas con mayor o menos influencia en la actual plaga de agresiones a los maestros explica por sí sola lo que está pasando. Vivimos en una sociedad que ha avanzado infinitamente en lo cultural, si la comparamos con la España de 1966, pongamos, pero la carrera de Magisterio no parece haber acompañado a la sociedad en esa elevación cultural. Ser maestro es todavía una salida relativamente fácil de tres años más oposiciones, sin que los maestros actuales tengan aquella diferencia de nivel formativo sobre la sociedad que tenían hace cuarenta años.
Y eso cuando estamos inmersos en una sociedad en crisis. Crisis de la autoridad en varios sentidos: Cuando la Autoridad que nos gobierna no es un ejemplo de virtud o cuando se critica la autoridad del policía o juez y se les menosprecia por el simple hecho de ejercerla. ¿Cómo hablar de autoridad a unos niños que jamás la han conocido en sus casas, cómo hablar de autoridad a unos niños a los que nadie enseñó la diferencia egoísmo y altruismo, cómo hablar de autoridad a unos niños a los siempre se les ha hablado de derechos pero jamás se ha osado, faltaría más, hablarles de la otra mitad de la historia, sus deberes? Y no sólo estoy hablando de casos extremos, claro que no.
¿Cómo ejercer la autoridad ante unos estudiantes que comprueban fehacientemente que da exactamente igual ser ignorante que sabio, saber mucho que saber poco? ¿Pero hay algo que no se solucione con dinero por el medio? Ahí tienen lo de Marbella, por ejemplo. Pero si todos tienen los mismos derechos, si todos vivimos muy confortablemente sin necesidad de saber lo que es un serventesio. Y además: ¿No somos todos iguales, no tenemos todos los mismos derechos? ¿Pues entonces para qué la autoridad? Todos sabemos de todo, todos tenemos autoridad para todo. Pero si hasta hay quien entra en la consulta de la pediatra diciéndole: “Oye, maja, por qué no me recetas un...?” Lógico, en un mundo en el que algunos padres destripaterrones conceden a los niños de ocho años tanta autoridad y tanto crédito como al maestro, permítanme la confidencia personal.
Vivimos en un mundo de Gran Hermano y Salsa Rosa en el que la sabiduría y el conocimiento, y por lo tanto el esfuerzo para conseguirlos, están devaluados. Hoy más que nunca prima aquel viejo refrán que dice “Tanto tienes, tanto vales”. Y afortunadamente hay dinero a espuertas en la España actual. El maestro suele ser un incómodo personaje que rema contra la corriente social, que pretende exigir esfuerzo, que nos pide silencio y concentración, ay, en una sociedad estrepitosa y volátil. La imagen romántica del sabio y viejo profesor no existe, está sustituida por la de un pardillo que gana tres perras al mes, que se cree que sabe más que los demás y que eso sirve para algo. ¿Por qué concederle ningún prestigio si yo con mi taberna o pelando borregos, actividades por otra parte muy dignas, gano tanto como él?
Ah, y no nos olvidemos de las autoridades educativas, ésas que han puesto tanto énfasis en hablar a los padres de derechos, de comprensión, de bondad, de amistad (mentira, mentira) con los hijos, pero nunca se han atrevido a hablarles de exigencia y autoridad; ésas que han tolerado y permitido, e incluso impulsado, que en las aulas hubiera adolescentes predelincuentes porque no se les podía privar de sus derechos (¡¡), los mismos adolescentes sin desbravar que impedían el derecho de los demás alumnos al estudio, al trabajo, a la educación, a un desarrollo social armónico. Y a aprender mediante el esfuerzo. Esas autoridades que han consentido que los maestros permanecieran inermes ante aulas caóticas, en las que los peores padres y los peores alumnos hacen todavía gala de su impunidad, deberían pedir, arrodillados y humillados, perdón. Primero a los maestros y profesores, después a la sociedad entera.
En una sociedad así pegar a los maestros no es una enfermedad, es sólo un síntoma más.

No hay comentarios:

Seguidores del blog

Otros blogs míos.