Con septiembre vuelve el Hombre por donde solía. Los repetitivos anuncios de fascículos son una machacona advertencia de que el tiempo ordinario ha comenzado. Esos anuncios de colecciones de dedales, de casas de muñecas, de viejos barcos victoriosos y otras inutilidades semejantes siempre están a punto de deprimirme, me parecen hechos para escandinavos preparados para un largo invierno encerrados en casa, aislados por la eterna oscuridad nórdica, defendiéndose de fríos polares, con larguísimas horas de tedio contra las que luchar.
En los países mediterráneos y de pega las largas y tediosas jornadas son las de agosto, cuando el Homo Hispánicus Antecessor debe aguantar estoicamente a su hembra y a toda la camada mientras combate con otros machos dominantes por un lugar al sol... para extender la toalla. Para él la llegada de septiembre supone el final de dos meses de onanismo futbolístico y por fin encuentra alguien que corresponda a su amor, seguramente un futbolista brasileño que lleva en su físico la fuerza de los esclavos cortadores de caña y en su mente las ansias de vengarse del hambre de las favelas.
Con septiembre llega San Alcoholín y the Living Room Elizabeth the Second se despierta aturdido por el último concierto y buscando su reflejo en el Carrión, intentando encontrar aquella que fue original, elegante y personalísima muestra de una ciudad provinciana que estaba encantada de haberse conocido. Los ciudadanos, cautelosos y caritativos, no le dicen que las huestes de la barbárica modernez lo destrozaron, convirtiéndolo en la horrible vulgaridad, monstruo preindustrial de acero, cristal y hierro, que vemos hoy.
Septiembre me gusta porque tiene luz dorada que envuelve a Palencia en celofán, como regalo de una visita distinguida, y porque se acaban los calores de agosto y por fin puedo salir de la sección de congelados del híper de la ciudad. Septiembre me gusta porque vuelven los ritmos habituales, la monotonía rotunda y la cotidianidad auxiliadora.
No obstante lo de volver al trabajo tiene su aquel y septiembre siempre ha avivado mis complejos y despertado mis pesadillas. Cuando era niño soñaba que Amancio me tiraba un penalti, la portería era inmensa y si no lo paraba el equipo de mi clase bajaba a cuarta. Ahora que ¿soy mayor? paso noches angustiosas dando vueltas a cosas como quién juzga a los jueces, quién inspecciona a los inspectores y quién multa a los policías. Todos los septiembres sueño que voy al Defensor del Pueblo a protestar porque no me hacen caso y no me hace caso.
Anoche he soñado que voy a la oficina del Defensor del consumidor, le cuento mis penas y me encuentro con que me oye pero no me escucha, que rezuma absoluto desinterés por mis problemas, que se muestra mayestático, distante, impávido, pretencioso, autosuficiente, impasible, frío e hierático como una Virgen románica. Tengo la profunda convicción de que le aburro soberanamente y mientras expongo una dolorosa lista de agravios él mira por encima de mi hombro, no muestra la más mínima emoción y carece de la más elemental empatía. Sueño que se sabe mi conversación y que le aburre, que tiene que realizar esfuerzos de educada paciencia para esperar a que acabe y que tiene perfectamente determinada la respuesta que me va a dar cuando finalice mi perorata. No mueve ni un músculo mientras hila cuatro escasísimas palabras con las que me demuestra fehacientemente que no tengo posibilidad de reclamar, cosa que ya esperaba, y con las que pone punto final a nuestra plática. Sueño que tengo que reprimirme las ganas de disculparme por haber molestado y aburrido, no vaya ser que tan ecléctico funcionario crea que estoy ironizando y me ponga de rodillas cara a la pared. ¿Y quién me defiende del defensor?
Pero sólo son sueños de un septiembre más, en realidad nada de esto podría ocurrir en un mes que llevo anhelando todo un largo verano. Ni mucho menos en Palencia.
En los países mediterráneos y de pega las largas y tediosas jornadas son las de agosto, cuando el Homo Hispánicus Antecessor debe aguantar estoicamente a su hembra y a toda la camada mientras combate con otros machos dominantes por un lugar al sol... para extender la toalla. Para él la llegada de septiembre supone el final de dos meses de onanismo futbolístico y por fin encuentra alguien que corresponda a su amor, seguramente un futbolista brasileño que lleva en su físico la fuerza de los esclavos cortadores de caña y en su mente las ansias de vengarse del hambre de las favelas.
Con septiembre llega San Alcoholín y the Living Room Elizabeth the Second se despierta aturdido por el último concierto y buscando su reflejo en el Carrión, intentando encontrar aquella que fue original, elegante y personalísima muestra de una ciudad provinciana que estaba encantada de haberse conocido. Los ciudadanos, cautelosos y caritativos, no le dicen que las huestes de la barbárica modernez lo destrozaron, convirtiéndolo en la horrible vulgaridad, monstruo preindustrial de acero, cristal y hierro, que vemos hoy.
Septiembre me gusta porque tiene luz dorada que envuelve a Palencia en celofán, como regalo de una visita distinguida, y porque se acaban los calores de agosto y por fin puedo salir de la sección de congelados del híper de la ciudad. Septiembre me gusta porque vuelven los ritmos habituales, la monotonía rotunda y la cotidianidad auxiliadora.
No obstante lo de volver al trabajo tiene su aquel y septiembre siempre ha avivado mis complejos y despertado mis pesadillas. Cuando era niño soñaba que Amancio me tiraba un penalti, la portería era inmensa y si no lo paraba el equipo de mi clase bajaba a cuarta. Ahora que ¿soy mayor? paso noches angustiosas dando vueltas a cosas como quién juzga a los jueces, quién inspecciona a los inspectores y quién multa a los policías. Todos los septiembres sueño que voy al Defensor del Pueblo a protestar porque no me hacen caso y no me hace caso.
Anoche he soñado que voy a la oficina del Defensor del consumidor, le cuento mis penas y me encuentro con que me oye pero no me escucha, que rezuma absoluto desinterés por mis problemas, que se muestra mayestático, distante, impávido, pretencioso, autosuficiente, impasible, frío e hierático como una Virgen románica. Tengo la profunda convicción de que le aburro soberanamente y mientras expongo una dolorosa lista de agravios él mira por encima de mi hombro, no muestra la más mínima emoción y carece de la más elemental empatía. Sueño que se sabe mi conversación y que le aburre, que tiene que realizar esfuerzos de educada paciencia para esperar a que acabe y que tiene perfectamente determinada la respuesta que me va a dar cuando finalice mi perorata. No mueve ni un músculo mientras hila cuatro escasísimas palabras con las que me demuestra fehacientemente que no tengo posibilidad de reclamar, cosa que ya esperaba, y con las que pone punto final a nuestra plática. Sueño que tengo que reprimirme las ganas de disculparme por haber molestado y aburrido, no vaya ser que tan ecléctico funcionario crea que estoy ironizando y me ponga de rodillas cara a la pared. ¿Y quién me defiende del defensor?
Pero sólo son sueños de un septiembre más, en realidad nada de esto podría ocurrir en un mes que llevo anhelando todo un largo verano. Ni mucho menos en Palencia.
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