Palencia es una emoción:

08 febrero 2007

Yo también suspendería el carnaval de Tenerife

Miren, qué quieren que les diga,probablemente yo también suspendería el carnaval de Tenerife y el de mi barrio.... si pudiera. De momento habrá que aclarar que el juez que lo ha determinado (de momento, sólo de momento) tiene más valor que un maestro de escuela encerrado con veinte preadolescentes hambrientos de sensaciones fuertes. Y los vecinos que llevaban años suspirando por ello son también unos echaos pa’lante de tres pares de narices, olé por ellos.
Conste que me gusta la jarana, la alegría y la bulla como a todo el mundo; conste que si yo pudiera también saldría a la calle a hacer el ganso y despipotarme del mundo mundial; conste que admiro la tradición carnavalera tanto por ser tradición heredada de nuestros ancestros, y por lo tanto parte de nuestra cultura, como porque la vida que llevamos en este Valle de lágrimas es demasiado jodida como para dejar pasar sin más unas semanitas de alegría pa’l cuerpo. Conste todo ello y conste que cuanta más alegría más y mejor vida.
Pero también entiendo a los vecinos que llevan toda la vida aguantando mecha estoicamente, soportando los ruidos y las masas que invaden las calles y rompen y ensucian cuanto hallan a su alrededor. Todo ello 24 horas al día. Todo ello durante diez días en los que la vida normal resulta imposible. Año tras año.... Oiga, ¿ y tan imposible resulta trasladar los desfiles y con ellos el ruido, la muchedumbre, la suciedad y el alboroto a otras calles y así facilitar que sus jaraneros y juerguistas vecinos disfruten de la fiesta sin tener que desplazarse?
No se trata de vivir en una sociedad muerta, cual aburridos nórdicos, sino de respetar a todos, los derechos de todos y facilitar la vida a quienes llevan tantos años soportando incomodidades. Siempre el ruido ha tenido preferencia entre nosotros, cosa que nos define muy bien. Lamentablemente, por supuesto.
Vivimos en el país del ruido, en uno de los países del ruido, amamos los ruidos, disfrutamos del ruido, vivimos inmersos en él y, muestra de nuestra (in)cultura popular, ni siquiera nos damos cuenta y si nos la damos no le damos importancia, consideramos normal que en los restaurantes se oigan las conversaciones que mantienen cuatro mesas más allá, no nos afecta el petardeo de esa moto loca sin silencioso o que nuestros jóvenes salgan a voz en grito en plena noche.
Nadie parece dar importancia a cosas como que los vecinos tengan que soportar nuestras televisiones a las doce de la noche, a nadie parece importar que nuestro vecino se emplee con el martillo a las diez de la noche, nadie le da importancia que en nuestros bares todo el mundo grite desaforadamente sólo para decir lo buena que está la chavalita del quinto A. Somos así, ése es nuestro sino como país. Entre nosotros a nadie se le ocurre pensar en los demás, en el derecho de los demás, en respetar a los demás. Somos los primeros en defender nuestros derechos... ¿pero y los de los demás? ¿Y nuestras obligaciones ciudadanas?
¿Viva el ruido? Joé, pues yo quiero ser extranjero.

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