Disciplina de partido lo llaman, yo creo que es una de las peores noticias de la democracia. Lo ocurrido ayer en el Comité Federal del PSOE, donde todos los participantes se unieron como una piña ante su jefe Rodríguez Zapatero me recuerda situaciones parecidas ocurridas cuando el PP nos metió de hoz y coz en la guerra de Irak. Ésa es una de las razones por las que jamás he querido militar en ningún partido, no se puede pensar por cuenta propia, tienes que asumir, cueste lo que cueste, pienses lo que pienses, lo que el líder supremo diga que hay que asumir.
Así cuando el PP nos llevó, en medio de una conjura de mentiras y en contra de la voluntad de todos, a la guerra injusta de Irak se celebró una votación al respecto en el Congreso de los Diputados. Creían, ilusos, los diputados del PSOE que iban a dejar claras las contradicciones internas del partido de Aznar, que algunos de los diputados, aquellos más díscolos o simplemente guerreros, aprovecharían el secreto del voto e iban a romper la disciplina, llevando la contraria a su propio Gobierno. El fracaso fue absoluto, incluso creo recordar que, fuese por despiste o intencionadamente, algún diputado del propio PSOE votó en contra de su propio partido, en medio del regocijo de los diputados populares. La disciplina de partido se había impuesto, las amenazas y exigencias habían funcionado y el PP y sus diputados habían sido una piña. Al pueblo español le podían dar por donde los pepinos amargan que los ayatolás del PP se habían salido con la suya, ofreciendo a toda España una imagen de unidad y firmeza. Aún en contra de la voluntad de sus propios votantes y del resto de ciudadanos. Que les den.
Pero no importaba lo que los ciudadanos opinasen, siempre he estado convencido de que a pesar de tener a toda España contra de aquella guerra, cruel, injusta y mercantilista el PP habría ganado las siguientes elecciones de no haber sido por los ataques terroristas a los trenes de Atocha.
A Zapatero le está pasando lo mismo, le importa un bledo lo que pensemos los ciudadanos; al Comité Federal reunido ayer sábado tampoco le afecta lo más mínimo lo que los ciudadanos sientan. Fríos, les dejamos fríos, a ver quiénes somos nosotros para oponernos a tíos tan sabios como ellos. Ha llegado el comandante y ellos, sumisos, disciplinados y obedientes, se guardan sus propias opiniones, ponen cara de “Jo, tío, qué bueno eres” y aplauden a rabiar el discurso del Amado Líder Supremo. Ni una sola mala cara, ni un solo gesto hosco, sólo aplausos y parabienes. Y lo malo es que, a pesar de llevar la contraria a un 80% de ciudadanos según las últimas y urgentes encuestas, el PSOE arrasará en las sucesivas elecciones que le vayan echando.
Éstos, los del Comité Federal este, son como fueron antaño los diputados del PP, para qué van a sintonizar con el pueblo, su pueblo, y con los votantes, sus votantes, si es mucho más rentable remar a favor de corriente y correr en auxilio del vencedor. Con lo que hemos batallado durante siglos para conseguir la libertad de pensamiento, y por tanto la libertad de voto, van los políticos e inventan la disciplina de partido, una de las peores noticias de la Democracia.
Mecagüen la disciplina de partido, viva la libertad de pensamiento. Los ciudadanos somos sumisos corderillos que, salvo en la barra del bar, jamás ofenderemos a los gobernantes con nuestras incongruentes posturas. Eso sí, protestar, lamentarnos y quejarnos se nos da de maravilla.
Así cuando el PP nos llevó, en medio de una conjura de mentiras y en contra de la voluntad de todos, a la guerra injusta de Irak se celebró una votación al respecto en el Congreso de los Diputados. Creían, ilusos, los diputados del PSOE que iban a dejar claras las contradicciones internas del partido de Aznar, que algunos de los diputados, aquellos más díscolos o simplemente guerreros, aprovecharían el secreto del voto e iban a romper la disciplina, llevando la contraria a su propio Gobierno. El fracaso fue absoluto, incluso creo recordar que, fuese por despiste o intencionadamente, algún diputado del propio PSOE votó en contra de su propio partido, en medio del regocijo de los diputados populares. La disciplina de partido se había impuesto, las amenazas y exigencias habían funcionado y el PP y sus diputados habían sido una piña. Al pueblo español le podían dar por donde los pepinos amargan que los ayatolás del PP se habían salido con la suya, ofreciendo a toda España una imagen de unidad y firmeza. Aún en contra de la voluntad de sus propios votantes y del resto de ciudadanos. Que les den.
Pero no importaba lo que los ciudadanos opinasen, siempre he estado convencido de que a pesar de tener a toda España contra de aquella guerra, cruel, injusta y mercantilista el PP habría ganado las siguientes elecciones de no haber sido por los ataques terroristas a los trenes de Atocha.
A Zapatero le está pasando lo mismo, le importa un bledo lo que pensemos los ciudadanos; al Comité Federal reunido ayer sábado tampoco le afecta lo más mínimo lo que los ciudadanos sientan. Fríos, les dejamos fríos, a ver quiénes somos nosotros para oponernos a tíos tan sabios como ellos. Ha llegado el comandante y ellos, sumisos, disciplinados y obedientes, se guardan sus propias opiniones, ponen cara de “Jo, tío, qué bueno eres” y aplauden a rabiar el discurso del Amado Líder Supremo. Ni una sola mala cara, ni un solo gesto hosco, sólo aplausos y parabienes. Y lo malo es que, a pesar de llevar la contraria a un 80% de ciudadanos según las últimas y urgentes encuestas, el PSOE arrasará en las sucesivas elecciones que le vayan echando.
Éstos, los del Comité Federal este, son como fueron antaño los diputados del PP, para qué van a sintonizar con el pueblo, su pueblo, y con los votantes, sus votantes, si es mucho más rentable remar a favor de corriente y correr en auxilio del vencedor. Con lo que hemos batallado durante siglos para conseguir la libertad de pensamiento, y por tanto la libertad de voto, van los políticos e inventan la disciplina de partido, una de las peores noticias de la Democracia.
Mecagüen la disciplina de partido, viva la libertad de pensamiento. Los ciudadanos somos sumisos corderillos que, salvo en la barra del bar, jamás ofenderemos a los gobernantes con nuestras incongruentes posturas. Eso sí, protestar, lamentarnos y quejarnos se nos da de maravilla.
Unos quejicas, somos unos quejicas.
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