Quiero empezar este trabajo con claridad y contundencia, estoy en contra de la chorrada esta del día del orgullo gay. Es una memez como un templo de grande, algo que rechaza la sociedad en general y que no facilitará que sus problemas sean comprendidos por una mayoritaria parte del pueblo. Si quieren que la gente deje de llamarles “maricones” éste no es el camino.
Pero para desactivar a los lectores que hayan empezado a leer con ganas de cortarme cualquier cosa que les quede a mano empezaré diciendo que no, que no soy homófono ni nada parecido; cálmense, sus señorías que no hay tormenta en vaso de agua. En lo único que vamos a disentir, doy por supuesto, es en lo del matrimonio homosexual. Ustedes me aceptarán, si son demócratas y respetuosos con todas las ideas, que es tan lícito estar a favor como estar en contra de este tipo de... uniones. Yo estoy en contra, creo que a eso no se le debe llamar matrimonio, ustedes me sabrán perdonar, no me insulten mucho, por favor. Hay otras soluciones justas que respeten las voluntades y las equiparen, pongamos que hablamos de cualquier derecho y deber social.
Pero ahí les dejo a ustedes con sus críticas porque no es de eso de lo que iba a hablar y por eso he titulado como he titulado. Me refiero al desfile y a la serie de actos adjuntos que se van a realizar. ¿Realmente es ésa la mejor manera de defender esos derechos que persiguen los homosexuales? ¿Esas burdas exhibiciones de desnudos con pluma y brillantina sirven para reivindicar la realidad, la cotidianidad, de los homosexuales? ¿El derecho, inherente a todo ser humano, a ser respetado se va a ganar con varios litros de purpurina? No me vengan con simplezas, ¿a eso se reduce ser homosexual?
Con chirigotas carnavalescas como ésta no se reivindica la igualdad, el respeto y esa colección de derechos que, por muy escritos que estén en el BOE, no han logrado alcanzar una mayoría de homosexuales serios, honestísimos, trabajadores y discretos (tómese este adjetivo en el mismo sentido en que podría aplicarse a alguien heterosexual) que salen todos los días a trabajar a la dura vida y que en nada se parecen a esas glamorosas barbies bañadas en polvo brillante y maquillaje de Christian Dior.
O a osos metamorfoseados en macarras con chupa de cuero.
Pero para desactivar a los lectores que hayan empezado a leer con ganas de cortarme cualquier cosa que les quede a mano empezaré diciendo que no, que no soy homófono ni nada parecido; cálmense, sus señorías que no hay tormenta en vaso de agua. En lo único que vamos a disentir, doy por supuesto, es en lo del matrimonio homosexual. Ustedes me aceptarán, si son demócratas y respetuosos con todas las ideas, que es tan lícito estar a favor como estar en contra de este tipo de... uniones. Yo estoy en contra, creo que a eso no se le debe llamar matrimonio, ustedes me sabrán perdonar, no me insulten mucho, por favor. Hay otras soluciones justas que respeten las voluntades y las equiparen, pongamos que hablamos de cualquier derecho y deber social.
Pero ahí les dejo a ustedes con sus críticas porque no es de eso de lo que iba a hablar y por eso he titulado como he titulado. Me refiero al desfile y a la serie de actos adjuntos que se van a realizar. ¿Realmente es ésa la mejor manera de defender esos derechos que persiguen los homosexuales? ¿Esas burdas exhibiciones de desnudos con pluma y brillantina sirven para reivindicar la realidad, la cotidianidad, de los homosexuales? ¿El derecho, inherente a todo ser humano, a ser respetado se va a ganar con varios litros de purpurina? No me vengan con simplezas, ¿a eso se reduce ser homosexual?
Con chirigotas carnavalescas como ésta no se reivindica la igualdad, el respeto y esa colección de derechos que, por muy escritos que estén en el BOE, no han logrado alcanzar una mayoría de homosexuales serios, honestísimos, trabajadores y discretos (tómese este adjetivo en el mismo sentido en que podría aplicarse a alguien heterosexual) que salen todos los días a trabajar a la dura vida y que en nada se parecen a esas glamorosas barbies bañadas en polvo brillante y maquillaje de Christian Dior.
O a osos metamorfoseados en macarras con chupa de cuero.
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