Palencia es una emoción:

27 septiembre 2007

La conjura de los palentinos

Quizá muchos de los lectores de este blog no conozcan el norte de la provincia de Palencia. Permítanme contar de modo extremadamente resumido que en un paisaje que puede llegar a ser sobrecogedor se acumulan decenas y decenas de maravillosas obras de arte románico de incalculable valor. Si nos saltáramos los artificiales límites de las provincias que sobre un papel se sacó de la manga Javier de Burgos en 1833 y nos asomamos sólo un poquito a Cantabria y Burgos nos encontramos sin duda con la mayor concentración de arte románico del mundo, engrandecida por la proximidad de los Picos de Europa que imponen un turbador marco a soberbias ermitas, monasterios o parroquias de casi mil años de antigüedad.

Quizá muchos de ustedes hayan leído acerca de San Martín de Frómista o de San Zoilo de Carrión de los Condes, en el centro de la provincia, quizá incluso los hayan visitado, tal vez al recorrer el Camino de Santiago. Créanme no obstante que si se limitan a los monasterios e iglesias más conocidos se están perdiendo la esencia de esta tierra. A muy poca distancia de la capital se encuentra la iglesia más antigua de España, San Juan de Baños, mandada edificar en el año 661 por el rey visigodo Recesvinto en honor al Bautista. Sólo unos kilómetros más allá, en plena Tierra de Campos, encontrará el viajero interesado las joyas góticas de Támara y Santoyo.

Sin embargo quienes puedan recorrer sin prisa la mitad norte de la provincia tendrán el privilegio de disfrutar de paisajes serenos salpicados de pequeños pueblos que observan impávidos cómo los siglos se deslizan por las laderas de las montañas sin que la vida haya cambiado, sin que el devenir del siglo XXI suponga mudanza del estilo tradicional de la vida de los habitantes del lugar. En estos valles donde se esconde una de las dos poblaciones de osos que aún nos quedan en España, se gestó la primera parte de la Reconquista y por aquí anda satisfecho el primer ayuntamiento de España, Brañosera, cuyo nombre ya es en sí mismo una definición del lugar del que estoy hablando.

Casi en cualquiera de estos pueblos, allí por donde el Carrión y el Pisuerga recién nacidos emprenden sus caminos hacia la meseta, sorprende la calidad de monumentos románicos, iglesias, ermitas o monasterios, que con la gravedad y serenidad que aportan los siglos sobrellevan con orgullo herido la decadencia que la Historia ha dejado por estas tierras de emigración, abandono y envejecimiento, especialmente a lo largo del pasado siglo. Si ustedes me permiten una liviana exageración podría decirse que no hay pueblo sin Historia y en ella, magníficos ábsides, grandiosas portadas o elegantes arcos que un día fueron el orgullo de los lugareños que los levantaron henchidos de devoción. La espadaña de San Salvador, los arcos lombardos de San Pelayo, el Pantocrátor de Moarves de Ojeda o la iglesia de Revilla de Santullán me atraen con mayor frecuencia e interés que los monumentos mucho más conocidos y populares de San Andrés de Arroyo o Santa María de Aguilar, por ejemplo. La elegancia de proporciones, la hermosura arquitectónica, la armonía del conjunto y su hermandad con el paisaje forman un conjunto que para sí quisieran otras tierras.

Pero tanto patrimonio palentino, tanta riqueza ejemplar, no siempre está bien conservado y atendido. La Administración acomete con frecuencia restauraciones aisladas en este archipiélago de Cultura y de Historia, pero aún así es tan numeroso y tan importante el legado que los siglos han dejado en esta provincia que todo esfuerzo resulta escaso. Más ahora, en tiempos en que los campos están siendo abandonados y lugares llenos de vida en el pasado están empezando a desaparecer bajo la presión de las lógicas e inevitables aspiraciones a una vida mejor, más cómoda y segura.

Los palentinos hemos sido tocados por la varita mágica de la diosa fortuna con un inmenso patrimonio que regala nuestras vidas, pero vivimos de espaldas a tanta grandeza. Y sin embargo es nuestro patrimonio, a nosotros nos corresponde cuidarlo, mantenerlo y legarlo a generaciones posteriores. No basta, no debe bastarnos, con pensar que la Junta o la Diputación se encargarán de todo ello, es necesaria la conjura de todos los palentinos para proteger del envejecimiento y la degradación sillares, capiteles, ábsides, cimborios, columnas y arquivoltas.

Claro que para ello siempre se necesita dinero, pero en nuestra provincia hay empresas que están en las mejores condiciones para encabezar con sus aportaciones económicas esta conjura de palentinos que pudiera tener forma legal de una Fundación para la Protección y Promoción del Patrimonio Histórico. Sería hermoso que los palentinos nos organizáramos para potenciar lo que es nuestro, sería hermoso que empresas palentinas se unieran para apoyar económicamente la restauración, el embellecimiento y la difusión de nuestros más emblemáticos monumentos. Sin duda alguna las Instituciones y los ciudadanos de Palencia encontrarían la manera de reconocer este esfuerzo económico de quienes se lancen a defender su tierra.

De la conjura de organismos públicos y empresas privadas sólo puede esperarse beneficio para Palencia, pero debemos ser los palentinos, con nuestro dinero y con nuestro esfuerzo, los que impulsemos esta Fundación para la Protección y Promoción del Patrimonio Histórico. La idea queda expuesta gratis et amore.

Para quien ose recoger el reto.

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