No te soporto, amigo. Lo siento, créeme, pero no te soporto ni una sola indirecta más. No te soporto a ti ni a los que son como tú. Espero con el ánima encogida a que acabe rápidamente esta eterna campaña electoral que tan mal llevo, atravesada de modo que no me permite ni respirar ni comer. Espero que con ella os acabéis también aquellos tan sabios, tan perfectos y tan superiores que pretendéis aconsejarnos a los demás aquello que debemos votar.
Me da igual de qué partido seas, cuáles sean tus ideas y en qué te diferencies de los otros. Porque en los modales sois iguales, y es eso, los modales, lo que no os soporto. Vuestra vasta sabiduría, vuestra prepotencia, vuestra superioridad sobre los pobres mortales que no hacemos de la res política motivo de militancia de nuestras conversaciones. Porque tú eres de conversación militante. E imponente. Porque la impones, quiero decir. Porque te impones, porque avasallas, porque tienes razón a la fuerza. En todo. Siempre. No me atosigues, no me ahogues, dame aire, dame libertad, concédeme mi propia inteligencia y manera de ver las cosas. Sobre todo no te enfades si cometo la osadía de pensar de otra forma.
Y los demás también tenemos cultura y conocimientos y opinión. Y sabemos elegir al mejor candidato, la mejor ideología y las mejores ideas. Y a lo peor tenemos tantas posibilidades como tú de acertar. O quizás sea simplemente que vale tanto lo que tú opines como lo que yo opine, con la diferencia de que a mí no me preocupe convencerte de mis razones. Quedemos, amigo, en que por lo menos yo tengo tantas buenas ideas y conocimientos y cultura y saber como tú. Con la diferencia de que yo no te los quiero imponer ni contaminar nuestro espacio de convivencia, en el café, en el trabajo, en el hogar, con asuntos que sólo nos van a traer dolor de cabeza y alejamiento. ¿Por qué te empeñas en hacerme ver, hablemos de lo que hablemos, que hay que pensar lo que tú piensas, que hay que votar a quien tú votas, que hay que ver la vida como tú la ves?
Déjame vivir mi vida, trabajar mi trabajo, amar mis amores como una persona tan concienciada como tú de los problemas sociales, pero que ha elegido vivir sus opiniones lejos de la polémica en el trabajo, en las reuniones de vecinos, en las reuniones familiares. Ya sé que tú argumentas mucho, muy bien y muy lógicamente, pero guárdate esa aplastante superioridad que muestras sobre la equivocada humanidad que ha preferido no pensar como tú, no seguir fielmente las directrices de tu corriente ideológica y respetar a los demás.
Déjanos pensar por cuenta propia, no nos desprecies a los que no seguimos tu corriente, no manifiestes lo despreciables que somos aquellos que cometemos el nefando error de pensar por cuenta propia. Tu superioridad sólo existe en tu cerebro, los demás también somos inteligentes, tenemos cultura y pensamos pero sin seguir directrices o consejos emanados de los correspondientes órganos de difusión de ideas políticamente correctas. Por favor no nos menosprecies cuando tomamos café, cuando entramos a la oficina o cuando visitamos a nuestra tía Eduvigis. Déjanos ser libres con nuestras equivocadas ideas. Se llama respeto. Alguien tan profundamente demócrata como tú debe saberlo. Practicarlo, quiero decir.
No te soporto, amigo. Lo siento, créeme, pero no te soporto ni una sola indirecta más. No te soporto a ti ni a los que son como tú. Espero con el ánima encogida a que acabe esta eterna campaña electoral que todo lo perturba y pueda volver a ver en ti esa persona que siempre está cerca de mí cuando la necesito, alguien en quien apoyarme y a quien apoyar cuando vienen mal dadas, no un rival político.
Porque no soy político, por eso no tengo rivales.
Me da igual de qué partido seas, cuáles sean tus ideas y en qué te diferencies de los otros. Porque en los modales sois iguales, y es eso, los modales, lo que no os soporto. Vuestra vasta sabiduría, vuestra prepotencia, vuestra superioridad sobre los pobres mortales que no hacemos de la res política motivo de militancia de nuestras conversaciones. Porque tú eres de conversación militante. E imponente. Porque la impones, quiero decir. Porque te impones, porque avasallas, porque tienes razón a la fuerza. En todo. Siempre. No me atosigues, no me ahogues, dame aire, dame libertad, concédeme mi propia inteligencia y manera de ver las cosas. Sobre todo no te enfades si cometo la osadía de pensar de otra forma.
Y los demás también tenemos cultura y conocimientos y opinión. Y sabemos elegir al mejor candidato, la mejor ideología y las mejores ideas. Y a lo peor tenemos tantas posibilidades como tú de acertar. O quizás sea simplemente que vale tanto lo que tú opines como lo que yo opine, con la diferencia de que a mí no me preocupe convencerte de mis razones. Quedemos, amigo, en que por lo menos yo tengo tantas buenas ideas y conocimientos y cultura y saber como tú. Con la diferencia de que yo no te los quiero imponer ni contaminar nuestro espacio de convivencia, en el café, en el trabajo, en el hogar, con asuntos que sólo nos van a traer dolor de cabeza y alejamiento. ¿Por qué te empeñas en hacerme ver, hablemos de lo que hablemos, que hay que pensar lo que tú piensas, que hay que votar a quien tú votas, que hay que ver la vida como tú la ves?
Déjame vivir mi vida, trabajar mi trabajo, amar mis amores como una persona tan concienciada como tú de los problemas sociales, pero que ha elegido vivir sus opiniones lejos de la polémica en el trabajo, en las reuniones de vecinos, en las reuniones familiares. Ya sé que tú argumentas mucho, muy bien y muy lógicamente, pero guárdate esa aplastante superioridad que muestras sobre la equivocada humanidad que ha preferido no pensar como tú, no seguir fielmente las directrices de tu corriente ideológica y respetar a los demás.
Déjanos pensar por cuenta propia, no nos desprecies a los que no seguimos tu corriente, no manifiestes lo despreciables que somos aquellos que cometemos el nefando error de pensar por cuenta propia. Tu superioridad sólo existe en tu cerebro, los demás también somos inteligentes, tenemos cultura y pensamos pero sin seguir directrices o consejos emanados de los correspondientes órganos de difusión de ideas políticamente correctas. Por favor no nos menosprecies cuando tomamos café, cuando entramos a la oficina o cuando visitamos a nuestra tía Eduvigis. Déjanos ser libres con nuestras equivocadas ideas. Se llama respeto. Alguien tan profundamente demócrata como tú debe saberlo. Practicarlo, quiero decir.
No te soporto, amigo. Lo siento, créeme, pero no te soporto ni una sola indirecta más. No te soporto a ti ni a los que son como tú. Espero con el ánima encogida a que acabe esta eterna campaña electoral que todo lo perturba y pueda volver a ver en ti esa persona que siempre está cerca de mí cuando la necesito, alguien en quien apoyarme y a quien apoyar cuando vienen mal dadas, no un rival político.
Porque no soy político, por eso no tengo rivales.
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