Cuando Polanco dijo aquello de que “No hay huevos en España para negarme a mí una televisión” y resultó verdad hacía tiempo que la media España levemente letrada ya sabía que vivíamos bajo el poder de los medios de comunicación. Y Felipe González también, por eso se la concedió. Tienes que caer bien a los directores o a los dueños de los medios o no eres nadie. Luego ellos serán como sean y tú te tienes que aguantar, que mandan mucho. Yo los he conocido de todo tipo, uno que viajó varios centenares de kilómetros para conocerme y otro que me dejó plantado en la acera cuando me detuve a su lado para saludarle. Ellos mandan aunque sean malas personas o carezcan de educación, carencia que suele ser inversamente proporcional a su poder.
Tanto interés el de los políticos por llevarse bien con los adinerados dueños de los periódicos y de televisiones no podía ser por mera simpatía de unos y otros. Hay una alianza de intereses, una convergencia de voluntades, una coincidencia de afanes. Políticos poderosos y periodistas importantes se necesitan y se alimentan. Pero ni los periodistas dejan a los políticos editarles el periódico ni los políticos dejan a los periodistas que les “monten” el partido. Es lo que le pasa a Rajoy, aquel lejano error de Aznar, que no se deja organizar el partido.
Poderosa es la prensa si está unida, como es el caso. Que vayan Mariano y los suyos preparándose para resistir un largo asedio si logran salir victoriosos de estos primeros embates. Porque nuestro sistema de convivencia política se llama democracia y no “copecracia” o “mundocracia”. “Demos” ha significado siempre pueblo, gente. Y los partidos y los gobiernos deben estar apoyados en la gente.
Hay decenas de periodistas o colaboradores que piensan que su misión es defender permanentemente una determinada ideología. Contra viento y marea su opinión repite que el bien no existe fuera de ese partido y en eso basan su participación en tertulias y columnas. Ellos son firmes y radicales; sus opiniones, necesariamente definitivas y trascendentes. Son militantistas, personajes que no pagan cuota pero no conciben su vida fuera de determinadas coordenadas partidarias. Tienen muy claro siempre dónde está el mal, el error, la desviación: en los otros.
Quieren hacer política, dirigir España y manipular la opinión pública desde el pedestal que les proporciona una empresa periodística, se parapetan detrás de una cabecera de prensa, usan los micrófonos como arma agresiva. Ofensiva, quiero decir. Disparan. Disparatan.
Me importa muy poco qué sector sale adelante en este enfrentamiento entre conservadores. Es más ya he dejado reflejado por escrito que hasta puede ser bueno que el PP se divida. En todos los países hay partidos de diversos tonos conservadores y Europa sigue su progreso y su marcha adelante sin descanso. ¿Por qué iba a estar toda la derecha española dentro de un solo partido?
Querer gobernar es cuestión de políticos, informar y opinar lo es de periodistas, pero manipular a la opinión pública, dividirla y enfrentarla... ¿de quién es asunto?
Tanto interés el de los políticos por llevarse bien con los adinerados dueños de los periódicos y de televisiones no podía ser por mera simpatía de unos y otros. Hay una alianza de intereses, una convergencia de voluntades, una coincidencia de afanes. Políticos poderosos y periodistas importantes se necesitan y se alimentan. Pero ni los periodistas dejan a los políticos editarles el periódico ni los políticos dejan a los periodistas que les “monten” el partido. Es lo que le pasa a Rajoy, aquel lejano error de Aznar, que no se deja organizar el partido.
Poderosa es la prensa si está unida, como es el caso. Que vayan Mariano y los suyos preparándose para resistir un largo asedio si logran salir victoriosos de estos primeros embates. Porque nuestro sistema de convivencia política se llama democracia y no “copecracia” o “mundocracia”. “Demos” ha significado siempre pueblo, gente. Y los partidos y los gobiernos deben estar apoyados en la gente.
Hay decenas de periodistas o colaboradores que piensan que su misión es defender permanentemente una determinada ideología. Contra viento y marea su opinión repite que el bien no existe fuera de ese partido y en eso basan su participación en tertulias y columnas. Ellos son firmes y radicales; sus opiniones, necesariamente definitivas y trascendentes. Son militantistas, personajes que no pagan cuota pero no conciben su vida fuera de determinadas coordenadas partidarias. Tienen muy claro siempre dónde está el mal, el error, la desviación: en los otros.
Quieren hacer política, dirigir España y manipular la opinión pública desde el pedestal que les proporciona una empresa periodística, se parapetan detrás de una cabecera de prensa, usan los micrófonos como arma agresiva. Ofensiva, quiero decir. Disparan. Disparatan.
Me importa muy poco qué sector sale adelante en este enfrentamiento entre conservadores. Es más ya he dejado reflejado por escrito que hasta puede ser bueno que el PP se divida. En todos los países hay partidos de diversos tonos conservadores y Europa sigue su progreso y su marcha adelante sin descanso. ¿Por qué iba a estar toda la derecha española dentro de un solo partido?
Querer gobernar es cuestión de políticos, informar y opinar lo es de periodistas, pero manipular a la opinión pública, dividirla y enfrentarla... ¿de quién es asunto?
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