Dice Rosa Díez que quiere reformar la Educación. Llevo treinta años metido en ese difícil mundo; la Educación, la mala educación, es la clave de todo lo que está pasando, desde la televisión basura hasta la elección popular de Chikilicuatre para representar a España. España fue alguna vez un país que olía a ajo. Ahora huele a chicle de fresa. Insustancial, maleducado e intrascendente.
Todo el proceso evolutivo de la sociedad en España está directamente relacionado con las continuas reformas que ha sufrido (¡!) nuestro sistema educativo. Por eso sé que no tiene remedio, al Poder nunca le ha interesado una Educación que haga ciudadanos críticos, educados y conscientes. Son peligrosos. El declive en cultura general, en eso tan antiguo llamado urbanidad, en hábitos de esfuerzo y trabajo, la decadencia de la autoridad y del respeto a los demás, así como el auge de la sociedad del igualitarismo, del hedonismo y del egoísmo es muestra de lo sobada que está la educación en España. Por cierto, ¿Qué educación hay en España?
Los ciudadanos insustanciales, panolis y triunfagaitas ven continuamente reforzada su rastrera posición ante la vida por la temible influencia de la televisión, la gran madrastrona educadora de hoy. Los padres han dimitido mayoritariamente de su ardua labor educativa imposibilitados de llevar la contraria a la corriente social en la que sus hijos viven embebidos. Educar a los hijos fuera de las zafias, hedonistas y retrógradas corrientes sociales dominantes es una quimera que tiene la batalla perdida ante el lema que rige la sociedad actual: “Lo quiero ya y sin que me cueste”.
Ya puede querer Rosa Díez reforzar la autoridad de los profesores y maestros que no tiene posibilidad de maniobra, antes le será más fácil obtener grupo parlamentario propio y reformar la Constitución. La decadencia de la autoridad de los maestros y la pérdida del respeto a los profesores está en las entrañas de una sociedad que ha interiorizado que “todos somos iguales”, que no los valora porque no valora el conocimiento ni el esfuerzo sino el dinero fácil y rápido, una sociedad que se cree poseedora de todos los derechos pero se olvida de que también tiene obligaciones. La pérdida del reconocimiento social a los maestros está en las entrañas mismas de algunas gentes que han perdido conciencia de su pertenencia a una especie inteligente, que han puesto el punto de mira de su evolución en un insano materialismo y que ríen despreocupadas de su propia incultura, de la que con frecuencia hacen estandarte. Ayudadas por la televisión.
Y ahí, en esos cambios que ha incorporado a su propio ser la sociedad española, que ha asimilado como parte de su mismo cuerpo, de su misma estructura íntima, están buena parte de los males de España. Hay en nuestra estructura social una cortedad de miras zarrapastrosa que todo lo cifra en la rudeza de “Usted no sabe con quien está hablando”, “Usted no sabe quién soy yo” y “Oiga, que yo tengo derecho a todo porque pago mis impuestos”. Conseguir un cambio de mentalidad social, de idiosincrasia, y llegar al “Mi obligación es…”, “Lo siento,…”, “Por favor, ¿puedo…?” es algo que excede la capacidad de regeneración social. Ni una legislatura completa llena de Rosas Díez sería bastante para conseguir un cambio de mentalidad tal. Vivimos en la época de Chikilicuatre, no lo olvidemos. Y de Gran Hermano. Todo tiene que ser bueno, fácil, rápido y sin esfuerzo. Y placentero.
Si el catolicismo ha perdido entre nosotros todo el predicamento que alguna vez tuvo es por su propia culpa, por no haberse movido de aquel “Esta vida es un valle de lágrimas”. Si la Iglesia se hubiese puesto al día su mensaje sería: “Sexo, chicle y poco trabajo”. Las iglesias estarían llenas.
Todo el proceso evolutivo de la sociedad en España está directamente relacionado con las continuas reformas que ha sufrido (¡!) nuestro sistema educativo. Por eso sé que no tiene remedio, al Poder nunca le ha interesado una Educación que haga ciudadanos críticos, educados y conscientes. Son peligrosos. El declive en cultura general, en eso tan antiguo llamado urbanidad, en hábitos de esfuerzo y trabajo, la decadencia de la autoridad y del respeto a los demás, así como el auge de la sociedad del igualitarismo, del hedonismo y del egoísmo es muestra de lo sobada que está la educación en España. Por cierto, ¿Qué educación hay en España?
Los ciudadanos insustanciales, panolis y triunfagaitas ven continuamente reforzada su rastrera posición ante la vida por la temible influencia de la televisión, la gran madrastrona educadora de hoy. Los padres han dimitido mayoritariamente de su ardua labor educativa imposibilitados de llevar la contraria a la corriente social en la que sus hijos viven embebidos. Educar a los hijos fuera de las zafias, hedonistas y retrógradas corrientes sociales dominantes es una quimera que tiene la batalla perdida ante el lema que rige la sociedad actual: “Lo quiero ya y sin que me cueste”.
Ya puede querer Rosa Díez reforzar la autoridad de los profesores y maestros que no tiene posibilidad de maniobra, antes le será más fácil obtener grupo parlamentario propio y reformar la Constitución. La decadencia de la autoridad de los maestros y la pérdida del respeto a los profesores está en las entrañas de una sociedad que ha interiorizado que “todos somos iguales”, que no los valora porque no valora el conocimiento ni el esfuerzo sino el dinero fácil y rápido, una sociedad que se cree poseedora de todos los derechos pero se olvida de que también tiene obligaciones. La pérdida del reconocimiento social a los maestros está en las entrañas mismas de algunas gentes que han perdido conciencia de su pertenencia a una especie inteligente, que han puesto el punto de mira de su evolución en un insano materialismo y que ríen despreocupadas de su propia incultura, de la que con frecuencia hacen estandarte. Ayudadas por la televisión.
Y ahí, en esos cambios que ha incorporado a su propio ser la sociedad española, que ha asimilado como parte de su mismo cuerpo, de su misma estructura íntima, están buena parte de los males de España. Hay en nuestra estructura social una cortedad de miras zarrapastrosa que todo lo cifra en la rudeza de “Usted no sabe con quien está hablando”, “Usted no sabe quién soy yo” y “Oiga, que yo tengo derecho a todo porque pago mis impuestos”. Conseguir un cambio de mentalidad social, de idiosincrasia, y llegar al “Mi obligación es…”, “Lo siento,…”, “Por favor, ¿puedo…?” es algo que excede la capacidad de regeneración social. Ni una legislatura completa llena de Rosas Díez sería bastante para conseguir un cambio de mentalidad tal. Vivimos en la época de Chikilicuatre, no lo olvidemos. Y de Gran Hermano. Todo tiene que ser bueno, fácil, rápido y sin esfuerzo. Y placentero.
Si el catolicismo ha perdido entre nosotros todo el predicamento que alguna vez tuvo es por su propia culpa, por no haberse movido de aquel “Esta vida es un valle de lágrimas”. Si la Iglesia se hubiese puesto al día su mensaje sería: “Sexo, chicle y poco trabajo”. Las iglesias estarían llenas.
2 comentarios:
Amigo Pedro:
Llevo unos días planteándome una dosificación de visitas a tu blog... Sí, porque siento una clara tendencia a la depresión, la verdad...
Es verdad que tienes razón en la inmensa mayoría de planteamientos que haces, -y así te lo he hecho saber en varias ocasiones-, pero claro, uno no es de piedra, y de tanto "machacar" sobre temas como la tele, la educación, la "incultura general" a uno le asaltan muchas preguntas... y muy pocas respuestas...
En fin, no sé hacia dónde vamos con el Chikilicuatre y compañía, pero me parece a mí que muy lejos no vamos a llegar...
Y la pregunta final es si tus constantes denuncias al respecto, como la de tantos otros, realmente pueden servir de algo, pregunta para la que, sinceramente, no tengo una respuesta demasiado clara...
En cualquier caso, que sepas que estoy contigo.
Un cordial saludo desde Barcelona
Pues, hombre, Juan Manuel, estamos en una sociedad opulenta, poderosa y con un sistema de valores deerminaado. Para acceder a él hemos perdido otro sistema de valores, en el que había algunas cosas aprovechables pero que hemos desperdiciado por completo. Hemmos decidido que todo o nada... Y tapoco es eso, siempre hay colores para esoger en el arco iris
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